Ver: Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk, Agamben y Nietzsche: Biopolítica, posthumanismo y Biopoder" En Revista Observaciones Filosóficas - / 2009 - ISSN 0718-3712
http://www.observacionesfilosoficas.net/sloterdijkagambenynietzsche.htm
Por mucho tiempo, y equivocadamente, se le atribuyó en Europa a la palabra monstruo la raíz latina “mostrare”. La confusión se debía a que un monstruo era lo que se mostraba, lo que se exhibía, lo que la gente pagaba por ver. Deformes, gordos mórbidos o niños intervenidos artificialmente, en el lucrativo mercado de los deformes descrito por Victor Hugo en 1869. el Circo Barnum es la expresión más famosa de la explotación del espectáculo del cuerpo inválido y la historia de Jonh Merrick, más conocido como el Hombre Elefante, la más célebre tragedia de los desvalidos alejados de la mano de Dios, aporreados por la del hombre y dispuestos por la fatalidad a la vagancia, la reclusión o la verbena de domingo.
Para que el sordo o el ciego dejara de ser casi humano y serlo en plenitud mediaron hechos como un tratado de Diderot, en el que se aseguraba que las facultades videntes y no videntes eran las mismas. La vanguardia de sus propuestas no se quedó allí, y alcanzó para otorgarles dignidad a los “monstruos”, apelativo común para señalar a la extensa variedad de lisiados físicos.
Adolfo Vásquez Rocca
Si actualmente las políticas de los países más ricos prefieren hablar de “personas físicamente desafiadas”, hace tres siglos el tránsito era entre “deformes”; “anormales” y “degenerados”. En este último saco se incluía “el microcéfalo, el enano, el alcohólico declarado, el idiota, el cretino, el aquejado de bocio, el palúdico, el epiléptico...” (Memorias, de Neil Kimball). La solidaridad frente al corporalmente aminorado habría surgido con mayor fuerza cuando la seguridad social acoge al lisiado laboral. La ley francesa de accidentes laborales de 1898 reconoce al cuerpo lisiado ya no por un cortocircuito de la naturaleza, sino por una catástrofe ocurrida en medio de los “mecanismos sociales”. Entonces ya no correspondía a una anomalía de la biología, sino a una responsabilidad de la sociedad. Un vuelco.
La integración de los corporalmente diferentes debió superar en el siglo XX campañas de exterminio y programas de eugenesia. Sólo una vez finalizada la Segunda Guerra la idea de monstruo del siglo XVII quedó sepultada por la del “discapacitado”, un sujeto que podía ser rehabilitado dentro de la sociedad, sin que necesariamente estuviera condenado a la pobreza y el escarnio. El cuerpo como condena se comienza a extinguir, las nuevas ideas de inclusión y el desarrollo científico y tecnológico serán los responsables del nuevo horizonte. En la segunda mitad del siglo XX, estos mismos cambios comienzan a abrir espacios para que grupos urbanos de jóvenes busquen en la diferenciación corporal una manera de identidad propia. El cuerpo se transforma en un “proyecto” para los seguidores de la modificación corporal de corrientes como el “primitivismo moderno, surgido en los 70 en California, inspirado en una idealización de culturas primitivas que cambiaban o decoraban su anatomía como ritos. El tatuaje y los piercings son ahora medios para cambiar el cuerpo que ya no conforma. La idea del golem del Frankenstein se hacen más cercanas con la biotecnología, y al ciencia ficción aporta la idea del cyborg, una idea que el artista australiano Sterlac comienza a utilizar en sus performances, conectána computado.
Literatura Filosofía y Arte por Adolfo Vásquez Rocca
2.-
No nos interesan la genealogías, ni las filiaciones, sino la propagación, los contagios, las epidemias, las resonancias, las mutaciones...
devenir intenso, devenir cyborg, devenir imperceptible...
deberíamos considerar lo específico del cuerpo-cyborg. A partir de nuestra primera filósofa del tema, Haraway, constatamos que con la expansión y la imbricación de las tecnologías, tanto de la comunicación como la biotecnológica, en nuestro cuerpo biológico nos hemos convertido en cyborgs, es decir, en entidades que combinan elementos físicos y cognitivos tanto de los humanos como de las máquinas. El proceso está en acto, ya somos cyborgs desde el momento en que la tecnología configura nuestra vida en los aspectos más cotidianos. El cyborg se manifiesta en las interfaces que conectan al usuario con la computadora (instrumentos que reconocen la voz humana, el uso de las puntas de los dedos para mover distintas herramientas...). Todos estos cambios son desafíos enormes respecto a lo que entendemos como lo real, lo corporal, incluso las diferencias entre los sexos, los substratos biológico y de género o los atributos culturales.
“Somos códigos genéticos, somos escrituras matriciales en el ordenador, somos firmas potencialmente variables en el e-mail, podemos adoptar roles sociales diferentes, podemos transformar nuestro sexo, nuestro género, nuestra identidad, podemos construir/deconstruir nuestro cuerpo, definitivamente un cuerpo sin órganos, sin determinación. Es la época del ser contingente, interpretable, que se reconoce en la ausencia de destino prefijado (ni por la bilogía ni por ninguna otra ciencia/servidumbre). Es la época del cyborg de la identidad como puro artificio. Y, consecuentemente, el reto de la representación de una subjetividad no esencialista es tal vez la cuestión más inevitable de nuestra época” (Martínez Collado, Internet 17-09-03):
358.- “...con la explosión de las nuevas tecnologías no sólo se están conformando nuevas formas de subjetividad, sino también, y esto es lo más provocador, una 'nueva carne'. El cuerpo ha dejado de ser algo natural como se solía pensar. Lo mantenemos gracias a alimentos elaborados agrotecnológicamente; lo sometemos a procedimientos médicos sofisticados como los transplantes, incluso de artefactos; lo mantenemos saludable o dañado por productos farmacéuticos, lo vestimos con indumentaria tecnológicamente diseñada para servirle de extensión.[...]
En los años finales del milenio, no se puede asumir lo corporal como un fenómeno evidente. El tejido humano incorpora tejidos de dracon, siliconas o metales. Este crisol de tecnocultura ha reconfigurado significativamente lo corporal, de manera que ya no es posible saber qué significa lo humano. La misma constitución del cuerpo se ha vuelto incierta, el código o programa de la humanidad se ha roto y está reinventado y comercializado” (Bolder 2002: 34).
Adolfo Vásquez Rocca
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