Dr. Adolfo Vásquez Rocca
“La belleza convulsiva será erótico-velada, explosivo-fija, mágico circunstancial o no será”
André Breton
Vanguardia nihilista y belleza convulsiva.
El
entreacto es la vanguardia y uno de los primeros elementos que debe
considerar cualquiera que se acerque a ellas con serio afán de
entenderlas es su condición teatral. La vanguardia es teatralización como estado puro de nuestra afectividad.
Los
postulados vanguardistas concernientes a la imagen y a la teoría
literaria se establecen por contraposición a los postulados estéticos
decimonónicos.
En
todo esteticismo, en toda decoración, se esconde cierto cinismo y
escepticismo, de ahí su caractrer historicista y su maniaco
revisionismo. El barroco de este realismo que olvida la realidad es
precisamente neo-romántico y es este 'clima' el que da lugar al
renacimiento de los nacionalismos. Los nacionalismos del siglo pasado
resultan impensables sin la imagen. Leni Riffensthal1,
la cineasta del nacionalsocialismo, lo entendió perfectamente. Ella se
encargo de documentar esas "performances" que eran los desfiles
militares y los mítines nazis. Registró en El poder de la voluntad a los grandes batallones nacional socialistas atravesando Berlín.
Hitler vivió el Kitsch sangriento de Nerón que estableció un artificio pirotécnico en Roma a cuenta de cuerpos
humanos. Nada muy distinto al exterminio masivo de prisioneros en las
cámara de gas, donde muchos morían de asfixia por aplastamiento antes
que se liberara el gas letal.
Sin
duda alguna las manifestaciones dadaístas, surrealistas y
situacionistas, comparadas con la "poesía" hitleriana, fueron un "simple
arrebato neorromántico". La mayoría de historiadores, artistas e
intelectuales, cierran los ojos ante la evidencia histórica. Esto –que–
haría enfurecer a André Bretón, sin embargo-que duda cabe- es una
paradójica verdad; aquí el papa del surrealismo es engañado por su
propio truco. André Bretón, el hombre que sólo aceptaba como arte el
libre fluir del inconsciente sin ningún tipo de censura estética, moral o
lógica; el hombre que había proclamado que el acto surrealista por
excelencia era bajar a la calle empuñando un revólver y disparar al azar
contra la muchedumbre, este mismo hombre, expulsa a Dalí del
surrealismo por pintar El enigma de Hitler, y se escandaliza cuando otro
miembro del grupo surrealista, sin ningún tipo de motivación, quema la
puerta de su casa, con grave riesgo de provocar una gran catástrofe.
Tampoco
pueden leerse las memorias de Luis Buñuel sin sentir un poco de
vergüenza por su idiotez ejemplar. En ellas nos cuenta como la gente vio
lirismo y poesía (se refiere a la película Un chien andalou, 1929) donde sólo había una vehemente apología del asesinato.
Más
allá de las ironías supuestas, debemos reconocer que sí bien los
dadaístas fueron los primeros, los originales, los creadores de la
expresión más pura y violenta del arte del siglo XX, es también
necesario reconocer que Hitler fue un “dadaísta” colosal, el más
espectacular. aunque también, que duda cabe, el más siniestro y macabro.
Fue precursor de los happenings thanaticos. Un
“situacionista aventajado”, para el cual la vida diaria era una locura
desatada; un payaso obcecado para el que sólo existía una única
realidad: ejemplo proteico de una actitud férrea, sintética e
indivisible, que no observó jamás que pudiera haber diferencia alguna
entre la vida, la política y el arte. ¿Cómo un asesino en masa pudo ser
quien anticipará estas ideas que están a la base de la posición de
cierta vanguardia nihilista?
Heidegger y el nazismo.
Al
momento de considerar el Nacionalsocialismo como proyecto cultural
-como el “Detonante iconográfico y operístico de la política de masas”2
resulta oportuno considerar los discursos políticos de 1933
pronunciados por Heidegger, clave “teórica” del compromiso de Martín
Heidegger con el III Reich, compromiso político-académico que le hace
prestarle su voz al Nacionalsocialismo como único proyecto cultural para
el resurgimiento de Alemania.
El
III Reich como “obra de arte” tendrá en la alocución de Heidegger del
23 de noviembre de 1933 su aclaración política. “El arte sólo llega al
gran estilo cuando incluye totalmente la existencia del pueblo en la
marca típica de su esencia”. De esta forma, la constitución del Estado
aparecerá como una obra de arte.
Y
ante los estudiantes de Tubinga, el 30 de noviembre de 1933, Heidegger
describía el proceso de conquista de la nueva realidad, afirma
Safranski, “como si se tratara del nacimiento de una obra de arte”3
porque quien “lucha” es como si estuviera “en el interior de una obra
que surge”. El artista-ciudadano del Reich se transforma en
“copropietario de la verdad del pueblo en su Estado”. De ahí el proyecto
heideggeriano sobre “el campamento de la ciencia” al servicio del
auténtico saber alemán; proyecto que se llevó a cabo durante los días 4
al 10 de octubre de 1933, al pie de la cabaña de Todtnauberg. De la Nota
de trabajo en la que estoy me parece seria y ajena a las críticas ad
hominem; me importa el caso Heidegger por el problema filosófico que
conlleva. Y voy entendiendo que este filo de la navaja en donde aparecen
como inextricables cultura y barbarie, hermenéutica y violencia, tiene
en la esteticización del pensamiento una clave importante para entender
ciertas analogías entre el renovador estilo cultural del nazismo y la
experiencia artística de la política que hay en Heidegger en tanto
“política del Ser”. Leamos a Heidegger: “El 12 de noviembre, el pueblo alemán
entero va a escoger su futuro. Este futuro está ligado al Führer. El
pueblo no puede elegir el futuro únicamente sobre la base de lo que se
llama consideraciones de política exterior, deposite en la urna una
papeleta inscrita con un “sí”, sin incluir en este “sí” al Führer y al
movimiento que son uno solo, incondicionalmente con él. No está de un
lado la política exterior y del otro la política interna. Hay una única
voluntad, la que quiere la existencia plena y total del Estado. Esta
voluntad, llegó con el Führer al despertar a su pueblo entero, y es la
que él ha fundido en una única decisión”.
Hitler y las masas; Los asesinos están entre nosotros.
Ahora
bien, a la hora de intentar explicar el fenómeno cruento que constituye
el nazismo, el auge y desarrollo del Tercer Reich, con su maquinaria de
exterminio, gran parte de los historiadores ignoran o minimizan el
factor psicológico que esta a la base de estos fenómenos de masas. Ello
queda demostrado porlas notables lagunas que se dejan entrever en el
conocimiento de la historia alemana, desde la primera guerra
mundialhasta el triunfo final de Hitler.
Aunque
ello es así, esos factores políticos, sociales y económicos no bastan
para explicar el profundo impacto de Hitler en la población alemana. De
manera significativa, muchos observadores alemanes se negaron hasta el
último momento a tomar a Hitler en serio, y aun después de su
advenimiento al poder juzgaron al nuevo régimen como una aventura
transitoria. Tales opiniones indican, por lo menos, que en la situación
interior existía algo inexplicable, algo que no podía inferirse de las
circunstancias comprendidas dentro del campo normal de visión.
Esta
fuerte oposición ideológica que resistía a Hitler tiende a sugerir que
fue un puñado de fanáticos y gángsters el que logró sojuzgar a la
mayoría del pueblo alemán. Esta conclusión no se ajusta a los hechos. En
lugar de resultar inmune al adoctrinamiento nazi, la mayoría de lo
alemanes se plegó al gobierno totalitario con tal presteza que no podía
ser un simple resultado de la propaganda, mientras el fascismo italiano
era una especie de representación teatral, el nazismo asumió aspectos de
religión.
Era
un espectáculo desconcertante: por un lado los alemanes se resistían a
darle las riendas a Hitler y por el otro estaban completamente de
acuerdo en aceptarlo.Tales actitudes contradictorias surgen
frecuentemente de conflictos entre las demandas de la razón y las
urgencias emocionales. Puesto que los alemanes se oponían a Hitler en el
plano político, su extraña predisposición por el credo nazi debe
haberse originado en disposiciones psicológicas más potentes que
cualquier escrúpulo ideológico.
El
fascismo es un fenómeno absolutamente develador. Muy raras veces nos ha
ofrecido la larga y tortuosa historia de la naturaleza de los partidos
modernos un ejemplo tan significativo de las necesidades interiores de
la masa respecto a su 'culto al héroe' como la ofrecida por el fascismo y
el nazismo. Una confianza absoluta, ciega y una ardiente veneración, he
aquí lo que ofrece este partido a su Führer, a su Duce.
Esto,
el fenómeno del 'culto al héroe', pone de manifiesto que en las oscuras
turbas humanas existe un aspecto que no cesa de soñar en una
luminosidad más grande. En la práctica, las masas desarrollan su propia
forma de idealismo e imponen de vez en cuando su voluntad de
ensalzamiento del héroe sin hacerla objeto de discusión.
Pero
ningún culto a la persona resulta más ilustrativo de la idealización
horizontal que aquel del que fue objeto Hitler. Este fenómeno, en lo
esencial, nunca fue otra cosa que la autoidolatría de una ávida
mediocridad apoyada por la figura del Führer como medio de culto
público. También el culto a la persona constituye una fase del programa
de desarrollar la masa como sujeto. De ahí que, a la vista del fenómeno
de la generalización constante de la comunicación en los Estados
nacionales, sea lícito comprender a los héroes de la época burguesa y de
masas, sean dictadores clásicos o populares, como testimonios de que
los individuos también podían intervenir en calidad de medios de masas.
Por esta razón, el culto al genio y el culto al Führer pudieron
intercambiar de manera intermitente su forma sin complicaciones.Con
todo, tuvo que actuar el peculiar talento alemán para la auto-hipnosis
para escenificar esa luna de miel entre idealismo y brutalidad que
originó, en los embriagadores albores de la “Revolución Nacional” de
1933, ese clima de ilusión tan especial para las masas. Fue Thomas Mann
quien supo expresar esta situación en términos de minoría de edad cuando
él, en septiembre de 1939, ya dispuesto a emigrar a los Estados Unidos,
realizó el diagnóstico de que los alemanes eran un pueblo que
idolatraba la falta de formación y la barbarie”.Esta idolatría, no
obstante, no era más que una forma de desvío del deseo de
reconocimiento. Todo aquel que desde la distancia histórica pretenda
comprender el efecto producido por Hitler tiene que renunciar al intento
de investigar al dictador como una figura dotada de una personalidad
demoníaca.
La
específica adecuación del papel desempeñado por Hitler en el psicodrama
alemán no estriba en sus extraordinarias aptitudes o en su reconocido
carisma, sino, antes bien, en su incomprensible y evidente vulgaridad,
por no hablar de su consecuente disposición a vociferar sin rebozo
alguno delante de grandes multitudes. Hitler parecía llevar de nuevo a
los suyos a una época en la que gritar todavía servía para algo. Desde
este punto de vista, fue el artista de la acción más exitoso del
siglo,un exitoso artista de la acción y de la puesta en escena de
masivas liturgias hipnóticas.
Peter
Sloterdijk describe el desenfreno y la violencia política a flor de
piel en la luna de miel entre el idealismo y la brutalidad. Hannah
Arendt pone el final: un salto mortal al primitivismo. Individuos
impotentes y desorganizados que se dejan dominar y alcanzan un desamparo
organizado: esos son los que perciben a la figura humana bajo el sello
de la insignificancia cósmica, como lo señalara Niklas Luhmann.
Es
en este plano horizontal de resonancia ya apuntado donde se asienta la
continuidad funcional existente entre el culto al líder de las masas
encaminadas a la descarga durante la primera mitad de nuestro siglo y el
culto al estrellato de las masas ansiosas de entretenimiento que surge
en su segunda mitad. El misterio que envuelve tanto al antiguo líder
como a las estrellas de nuestra actualidad reside precisamente en el
hecho de ser tan similares entre sí ante sus embotados admiradores,
tanto que alguien involucrado apenas podría llegar a barruntarlo. Aunque
también los mismos eminentes intelectuales alemanes llegaran a
participar en este salto mortal al primitivismo”, esta situación en
absoluta desacredita la mencionada conexión; pone de manifiesto, más
bien, la superficie de contacto que permitió la “alianza entre vulgo y
elite”.Es en este terreno donde, según el diagnóstico de Ana Arendt, la
impotencia desorganizada de innumerables individuos se trueca en el
“desamparo organizado” de una mayoría que se deja dominar tanto por los
movimientos totalitarios como por los medios de entretenimiento totales.
En
lo que concierne a las aptitudes de Hitler, el diagnóstico es claro.
Mientras cumplió sus labores como Führer, no actuó en absoluto como la
ensalzada contrafigura de una masa guiada por él mismo, sino como su
delegado y catalizador. En todo momento adoptó el mandato imperativo de
la vulgaridad. No alcanzó el poder gracias a algún tipo de aptitudes
excepcionales, sino merced a su inequívoca grosería y a su manifiesta
trivialidad. Si algo había de especial en él, residía tan solo en el
hecho de que parecía haber inventado su vulgaridad en todo su ser, como
si fuera el primero en reconocer en esa misma vulgaridad una meta que
podía ser perseguida hasta sus últimas consecuencias. La autoconciencia
de Hitler de ser la encarnación de un destino se adecuaba en este
sentido a su papel de instrumento histórico. En él, el narcisismo vulgar
fue capaz de entrar en escena. Para muchos, en él, y a través suyo, el
sueño de una gran eclosión, libre de esfuerzos, podía cobrar visos de
realidad.Dado que él estaba en condiciones de anular las ilusas infamias
de los grupos más diferentes, pudo actuar desde diferentes lugares como
una suerte de imán. Sólo como médium polivulgar fue capaz de crear el
denominador común de sus partículas afines a su adhesión. El hermano
Hitler tendió su mano a todos los que querían consumar su destino por su
cuenta. Quien estaba dispuesto a eliminar toda percepción de la
realidad para así poder fantasear mejor acerca de un salvador –incluso
acerca de ese “redentor cultural”anunciado por los georgianos-, podía
esta máscara comprometerse con todo lo que quisiera. Sin embargo, aun
cuando las masas no fueran capaces de reconocer por sí misma que tenían
ante sí a una marioneta perversa, un niño mimado, coprófilo e impotente
de tendencias suicidas explícitas, fueron los rasgos histéricos,
megalómano-populistas e histriónicos de su carácter los que se
evidenciaron desde el comienzo de manera más notoria e inmediata. De ahí
que todavía hoy digan más de su figura los documentos gráficos que las
miles de biografías al uso. Entonces se le ve siempre posando para las
ilusiones de la masa: pero allí donde cae la pose, sólo queda el hueco
del colérico médium falto de carácter. Hitler, el recolector de
ilusiones y el político hipnótico, no era en absoluto un hombre de
excesivo talento, como tampoco era en ningún aspecto una personalidad
creativa. Para que tuviera éxito, sólo bastaba que fuera capaz de ser un
receptor -catalizador- popular.
Reflexionando
sobre la adhesión que recibió Hitler en el marco de la sociedad de
masas no pretendemos indagar si hubo o no una amplia mayoría que siguió
la política antisemita de Hitler, sino considerar como llegó al poder,
esto es por la vía democrática; que tuvo seguidores fanatizados y
seguidores que sólo fueron parte semi-inconsciente de la máquina
genocida, esto es en su carácter de masa; que así como tuvo adeptos tuvo
también adversarios, quienes a pesar que trataron, no lograron
destronar rápidamente esa política por no contar con aquella hegemonía
masiva con la que sí contaba el régimen.
Una
figura histórica que haya provocado tanto daño debe ser estudiada en
profundidad. Aunque hay una marea de libros y monografías en torno a
Hitler muy pocos son los que han analizado la zona oscura, las raíces
del mal. La historiografía oficial utiliza la técnica del avestruz.
Aquello que escapa a su comprensión lo rechaza como imposible. Aunque
tal rechazo implique aceptar que al final la Guerra Mundial se debió a
la mala suerte de que llegase un loco al poder de Alemania. Esta actitud
es un insulto a la inteligencia. ¿Quién fue realmente Hitler? ¿Cómo
explicar que uno de los pueblos más cultos de la época se dejara
embaucar por un loco? ¿Cómo pudo un tipo con un bigotillo ridículo pasar
de vagabundo a intentar, y casi conseguir, la conquista del mundo? ¿Qué
eran esos símbolos extraños de que se rodeaba?
Resulta
al menos curioso que el país más culto de Europa tras la derrota y
humillación de 1918 volvió su mirada hacia un pasado mítico y legendario
de grandeza donde encontrar consuelo. El paganismo que no había
desaparecido por completo de Europa regresaba de la mano de los círculos
iniciados y ocultistas. Thor, Wotan y otros dioses extraños regresaban a
sus dominios precristianos.
El
nazismo hunde sus raíces en el río ocultista que recorre Europa desde
el siglo XVIII. Organizaciones secretas como la Deutscher Bund, la
Tugembud, los Iluminados de Baviera o Thule, fueron sin lugar a dudas
materia de inspiración para el nazismo. Debemos recordar aquellas
palabras de Hitler cuando afirmaba que «aquel que vea en el nazismo un
movimiento político, es que no ha entendido nada». La gran fuerza del
nazismo se encuentra en ser fundamentalmente un movimiento espiritual e
irracional, donde prima la intuición sobre la razón, la acción sobre la
contemplación. La fuerza del mito cobra en el nazismo un protagonismo
absoluto.
En
la actualidad junto a la irrupción de neonazis que exhiben viejas
insignias, nueva extrema derecha recorre Europa que ha entendido que su
supervivencia exige un “lavado” de imagen: viste informalmente y niega
ser racista -al tiempo que niega el holocausto- y declara un compromiso
con la democracia. Por lo tanto, recordar el pasado puede lograr que ese
odio se reprima y no se convierta en fuerza hegemónica bajo un disfraz o
sensorium nuevo.
Universidad Complutense de Madrid
Universidad Complutense de Madrid
Dr. Adolfo Vásquez Rocca.
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso – Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Postgrado
del Instituto de Filosofía de la PUCV, Profesor de Antropología
Filosófica y de Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la
Universidad Andrés Bello, UNAB. Profesor asociado al Grupo Theoria
Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado.
Bibliografía
André Breton, El amor loco, Alianza, Madrid 2000
Luis Buñuel, Escritos de Luis Buñuel, Madrid, Páginas de Espuma, 2000.
Luis Buñuel, Mi último suspiro. Barcelona, Plaza&Janés Editores, 1995.
Theodor W. Adorno, Minima moralia, Taurus, Madrid 1999
Tchakhotine,
Serge, "El Secreto del Éxito de Hitler", en M. de Moragas, Sociología
de la comunicación de Masas, T. III. Propaganda y Opinión Pública,
Madrid, Ediciones G. Gili, 4ª edición, 1994.
Susan Sontag, "La Fascinación del Fascismo", en El Fascismo en América, México, Nueva Política, N° 1, enero – marzo de 1976
Palmier,
Jean Michel, "Del expresionismo al nazismo. Las artes y la
contrarrevolución en Alemania (1914 – 1933)", en María Antonieta
Macciochi, Elementos para un Análisis del Fascismo, tomo II, España, El
Topo Viejo
Simón Royo H., “Leni Riefenstahl y la estética fascista; prueba de la imposibilidad de un arte apolítico”, en Revista Observaciones Filosóficas , 2007,
Adolfo
Vásquez Rocca, “El artista como dictador social y el político como
escenógrafo”, en Psikeba Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales ©
2006, Buenos Aires, http://www.psikeba.com.ar/articulos/AVRartista.htm
Rüdiger, Safranski, Un Maestro de Alemania; Martin Heidegger y su tiempo, Ed. Tusquets, Barcelona, 1997.
1 Según
Deleuze y Guattari el romanticismo alemán exonera al héroe-individuo de
servir al pueblo y a las masas mediante el resguardo de la soledad,
pero también se nos dice que “el fascismo utilizó mucho menos a Verdi
que el nazismo a Wagner” (Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia.
Valencia 1980, p.345). Lo sonoro (oído) prima sobre lo visual (vista) en
materia de desterritorialización habiendo un “fascismo potencial de la
música” (Deluze Op.cit. p.351): “Éxtasis o hipnosis. No se mueve a un
pueblo con colores. Las banderas nada pueden sin las trompetas” (Ibid)
de ahí que la cineasta nazi Leni Riefenstahl emplease ambas en su
película El triunfo de la voluntad (1935). Se distingue aquí entre
pueblo y masa, pero para nuestra sorpresa el nazismo y la música de
Wagner son clasificados como fenómenos ligados al pueblo (y ciertamente
estaban ligados a la mistificación del pueblo ario) y no como un
fenómeno de masas. Pero en la obra de Riefenstahl lo que se percibe es
un fascismo potencial del cine puesto en obra, un cine dispuesto para
configurar la masa fascista en los términos en que había sido descrita
por Freud en su Psicología de las masas y análisis del yo (1923), como
un ser colectivo producido mediante la identificación, el enamoramiento y
la hipnosis con relación a un Führer, líder y salvador. Yo distingo
pueblo y masa de otra manera, pues para mí el pueblo en el buen sentido
de la palabra, (no el ario ni el elegido), son las 110 millones de
personas que se manifestaron consciente y simultáneamente en 60 países
contra la guerra en Irak (febrero de 2003), mientras que las masas son
los millones de borregos que pueblan en manadas los grandes centros
comerciales.
2 VÁSQUEZ
ROCCA, Adolfo, “Peter Sloterdijk; El detonante iconográfico y
operístico de la política de masas”, en La lámpara de Diógenes: Revista
semestral de Filosofía, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, ISSN
1870-4662, Vol. 7, Nº. 12-13, 2006, pags. 169-182
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2213543&orden=101460&info=link
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2213543&orden=101460&info=link
3 SAFRANSKI, Rüdiger, Un Maestro de Alemania; Martin Heidegger y su tiempo, Ed. Tusquets, Barcelona, 1997.
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