1.- Pensamiento Francés Contemporáneo – Filosofía francesa contemporánea; post-estructuralismo y postpolítica.
- Merlau-Ponty, Canguilhem, Lacan, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, Deleuze, Badiou, Lyotard, Derrida, Budrillard
¿Qué es lo que ha ocurrido en la filosofía francesa durante los últimos años? Esta
pregunta, que adquiere acaso verdadera importancia, se nos impone hoy.
Varias generaciones de este siglo han establecido con la filosofía un
lazo apasionado, enriquecido por la potente presencia de Sartre en la
escena intelectual y política, y por las mutaciones conceptuales que
produjeron las obras de Merlau-Ponty, Canguilhem, Lacan, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, Deleuze, Badiou, Lyotard, Derrida,
Rancière. La intensidad y la agudeza de los trabajos aparecidos en
estas décadas perfilan en nuestro imaginario, habitado por los episodios
creadores de la antigüedad griega y del idealismo alemán, un momento
filosófico francés, a la vez singular y universal.
Los desplazamientos filosóficos que tuvieron lugar en él son, ciertamente, una de las cuestiones de nuestro presente.
El
presente Artículo es un análisis de la Teoría francesa y sus influencia
en las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos. La
influencia de los autores postestructuralistas franceses
en la academia universitaria americana y cómo, a partir de devotas
lecturas, se desencadena una ideológica guerra entre cánones literarios
en el país del norte, entre Estudios Culturales y reivindicaciones del
mercado, la patria y el fin de la historia. En este sentido, French Theory muestra el making off y el behind the scenes de la filosofía francesa en EU, esto es, cómo Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard, Kristeva junto otros comentadores nacionales de gran prestigio como Rorty
y Butler, pululan con el aura de estrellas hollywoodenses por los
campus universitarios y las librerías especializadas. En relación a lo
anterior, se muestra que el mérito de los teóricos radica haber
elaborado sutiles instrumentos analíticos para la comprensión de la
ingente heterogeneidad cultural estadounidense y mundial.
“En
las tres últimas décadas del siglo XX, algunos nombres de pensadores
franceses han adquirido en Estados Unidos un aura reservada hasta
entonces a los héroes de la mitología estadounidense o a las estrellas
del show business. Incluso podríamos jugar a calcar el mundo intelectual
estadounidense sobre el universo del Western de Hollywood: estos
pensadores franceses, a menudo marginados en su país de origen,
obtendrían seguramente los papeles protagonistas. Jacques Derrida podría ser Cint Eastwood, por sus personajes de pionero solitario, su autoridad indiscutida y su melena de conquistador. Jean Baudrillard
no estaría lejos de pasar por un Gregory Peck, con esa mezcla de bondad
y sombría indiferencia, además de su común habilidad para aparecer
donde menos se les espera. Jacques Lacan representaría a un Robert
Mitchum irascible, en razón de su común inclinación por el gesto
criminal y su incorregible ironía. Gilles Deleuze y Félix Guattari,
más que los Spaghetti Westerns de Terence Hill y Bud Spencer, evocarían
al dúo hirsuto, exhausto pero sublime, de Paul Newman y Robert Redford
en Dos hombres y un destino. Y sobrarían motivos para ver en Michel
Foucault a un Steve McQueen imprevisible, por su conocimiento de la
cárcel, su risa inquietante y su independencia de francotirador,
figurando a la cabeza de tamaño reparto como el favorito del público.
Tampoco habría que olvidar a Jean-François Lyotard como Jack Palance,
por su alma burilada, a Louis Althusser como James Stewart, por su
silueta melancólica y, con respecto a las mujeres, a Julia Kristeva
como Meryl Streep, madre coraje o hermana de exilio, y a Héléne Cixous
como Faye Dunaway, feminidad exenta de todo modelo. Un Western
improbable, en el que los decorados se transformarían en personajes, la
astucia de los Indios les daría la victoria, y adonde jamás llegaría la
sudorosa caballería.”
La
precisión o el acierto en la asociación entre pensadores y estrellas de
cine o personajes llevados a la gran pantalla por determinados actores
anima a la lectura y no sólo por aventurar una zona de proyección, a la
que la imaginación humana es tan proclive y tan fructífera; tampoco sólo
porque nos muestre la posibilidad de traspasar los límites de los
campos y de las disciplinas y tampoco exclusivamente porque el ejercicio
de la transfiguración permite al lector otros muchos juegos de
metáforas. También por razones más objetivas, porque de los autores que French Theory
analiza son hoy clásicos del siglo XX, centro de referencia para el
diálogo y el trabajo filosófico y, en consecuencia, nuevos datos, nuevas
reflexiones han de animar la discusión.
Pero
cuál es el interés que puede tener la influencia de los autores
franceses postestructuralistas en la academia universitaria
norteamericana.
Sin
duda, el tema no es tan banal como parece. Al fin y al cabo, Estados
Unidos es la potencia económica, política y cultural de nuestro tiempo,
el imperio según el análisis de Toni Negri, y el pensamiento francés es
uno que tiene etiqueta propia desde hace ya muchos siglos. Pero, ¿por
qué investigar las relaciones, influencias, perturbaciones e incidencias
de una cultura filosófica en otra? ¿No valdría también entonces
investigar lo mismo en cualquier otro contexto, en cualquier otra
disciplina? ¿Por qué no investigar la influencia de determinados textos
alemanes en la cultura francesa o la influencia de la filosofía
anglosajona en la constitución del pensamiento nórdico o la mordedura
del pensamiento oriental en los usos occidentales o, qué se yo,
cualquier otra cosa? ¿Qué diferencia habrá en esta interconexión
respecto a otras posibles? Ciertamente hay un hecho evidente y es que
François Cusset se puso a ello y de ello queda este estupendo libro para
evaluar estas posibilidades. Quizá anime a otros y consiga que esta
especie de filosofía comparada se extienda y se convierta en práctica
frecuente, inclusive podría institucionalizarse y quizá en un futuro
próximo empiecen a fundarse cátedras e institutos de investigación que
reciban este nombre: filosofía comparada.
2.-
A
partir de este momento la contracultura hippie, beat, contestataria,
pacifista de tradición marxista o al menos bajo la sombra del movimiento
por los derechos civiles de los sesenta se irá transformando hacia una
teoría sofisticada que se va encerando en los departamentos de
Literatura y desde allí la proyectarán en mayor o menor medida a la
sociedad americana y, naturalmente, la devolverán a Europa revestida de
un nuevo interés y de nuevas formas de acción, de contestación y de
crítica.
Porque
efectivamente la primera y quizá más profunda recepción de los
pensadores franceses se va a realizar en los departamentos de
Literatura. En ellos surge una nueva Theory. Una Theory que ya no tienen
que ver con la tradición pragmatista, ni con la theorie alemana que
llevara al nuevo continente la emigración alemana tras la subida del
nazismo al poder y representada fundamentalmente por los autores de la Escuela de Frankfurt, ni con la theory que se generó alrededor de la figura de Chomsky.
Es una theory literaria, intransitiva, cuyo objeto de estudio es ella
misma y su producción. Un theory que inicialmente abandera el cuarteto
de Yale – Paul de Man, Harold Bloom, Geoffrey Hartman y J. Hillis
Miller- de la mano de la deconstrucción de Derrida. Si es que no habría
que incluir al propio Derrida entre los autores americanos, al menos el Derrida de los setenta. Enunciemos el misterio Derrida:
“Hay
un misterio Derrida. Más que por su obra, cuya opacidad sin embargo no
puede negarse, por su canonización, primero estadounidense y luego
mundial. Un pensamiento tan poco asignable, tan difícilmente
transmisible como el suyo, un pensamiento que no sabríamos situar,
salvo tal vez en algún punto entre la onto-teología negativa y la
exploración poético-filosófica de lo inefable, un pensamiento, en
definitiva, que se mantiene a distancia (y en todos los sentidos de la
expresión), ¿cómo ha podido convertirse en el producto más rentable que
haya existido jamás en el mercado de los discursos universitarios? ¿Cómo
este oscuro trabajo de zapa se ha visto acaparado, compactado, digerido
y servido en dosis individuales en un campo literario como el
estadounidense al que desde entonces le han crecido las alas y, no
contento con embalar este exigente pensamiento en manuales de primer
ciclo, lo ha transformado en un programa de conquista epistemo-política
sin precedentes? ¿Cómo es posible que por cada francés que ha leído un
libro de Derrida, en el país de la filosofía en el liceo, diez
estadounidenses ya lo hayan recorrido, a pesar de la pobre formación
filosófica que les caracteriza? ¿Y cómo es posible, en definitiva, que
esa palabra «deconstrucción», que Derrida toma de El ser y el tiempo de
Heidegger (para traducir el término Destruktiori) con el fin de esbozar
una teoría general del discurso filosófico, haya pasado en tan gran
medida al lenguaje corriente en Estados Unidos como para encontrarla en
los eslóganes publicitarios, en los micrófonos de los periodistas de
televisión o en el título de una película de éxito de Woody Alien,
Deconstructing Harry (1997)?”.
Tras
la articulación de la deconstrucción derridiana en la crítica de altos
vuelos que realiza fundamentalmente de Man, pero también Bloom en una
primera etapa, salta a la escena teórica una lucha inédita. Ya sea desde
Derrida o ya sea desde Foucault,
lo que ha quedado claro es que no hay verdad, no hay objetividad. Sólo
hay dispositivos de verdad, transitorios, tácticos, políticos. Esta
constatación se traduce en las universidades americanas en que la
objetividad sólo es “subjetividad del varón blanco”.
Así,
en un país donde la principal fuente de conflictos y de preocupación
tienen que ver con el mantenimiento de las heterogéneas identidades que
lo conforman, o en la demarcación y separación de las ya existentes, de
la mano de los resultados de la theory y frente al sector liberal
establecido en el pensamiento conservador, va a desarrollarse, una serie
de guerras culturales que luchan por la afirmación de todas las
identidades sometidas: mujeres, afroamericanos, chicanos
asia-americanos, nativos-americanos, homosexuales, modernos de la
cultura pop, raperos de todo cuño, cibernautas, freakes de lo más
diverso. Estas políticas identitarias van a servir de contenido y de
activismo a un nuevo campo de estudio que desplaza la crítica literaria
hacia los Estudios Culturales o como se abreviará en el país de las
siglas cult’ studs’. De entre todos ellos, los estudios feministas o de
género van a traer a la escena a las intelectuales francesas, Julia Kristeva, Sarah Kofman y Hélenè Cixous, y tras ellas ya nada puede verse de la misma manera.
Para
este entonces, el sistema ha reaccionado y empieza a apropiarse
comercial y mercantilmente de la marca de los post’s y ensancha el
mercado con todas esas identidades recién descubiertas.
En
los 80’s, el poco contenido político, que todos los movimientos
identitarios tenían, se va a ir desvaneciendo, para terminar en un
persecución contra sus inspiradores de significativas consecuencias.
Este contraataque es también un proceso complejo en donde van a
participar muy diversos actores y por muy diversos motivos.
Lo
primero que va a marcar la década es la vuelta al poder de los
republicanos con Ronald Reagan en la presidencia. Pero dentro de la
Universidad se inician dos procesos. Por parte de algunos de los mismos
críticos que abrazaron el New Critics y por el movimiento conservador
blanco y occidental se empieza a temer que el proceso de reivindicación
de identidades diversas y la pérdida de criterios de evaluación que
caracteriza la primera expansión de la posmodernidad en determinadas
lecturas relativistas termine en una igualación o equiparación de los
productos y valores culturales. Surge una reivindicación de un canon
occidental en donde quede manifiesto que Sakespeare, Goethe o Dante no
pueden estar al mismo nivel que Confucio, los cuentos africanos, la
poesía India o el Corán. Por contra, las minorías señalan a los grandes
autores occidentales como responsables de la difusión en las sociedades
occidentales de los peores males: etnocentrismo, misoginia,
colonialismo. Incluso los inspiradores de todo este vaivén de ideas
terminan siendo señalados por sus preferencias. Al fin y al cabo Derrida
analiza sobre todo a Platón, Rousseau o Heidegger; Kristeva homenajea a Mallarmé o Deleuze no oculta sus preferencias por Melville o Kafka.
El
segundo proceso que terminará también pervirtiéndose, como casi todo en
el capitalismo, tiene que ver con lo que saltará a la escena mundial
con el nombre de lo Políticamente Correcto. Lo Políticamente Correcto,
en la misma línea de la Theory despolitizada por falta de alternativas o
por la insistencia de que toda alternativa fracasará en el empeño de la
transformación, pretende depurar el lenguaje y las maneras de relación
de la carga discriminatoria y peyorativa que tienen los signos que
refieren a las relaciones humanas y de poder. En la Universidad
americana completamente desconectada de la sociedad y sin una influencia
precisa en ella, se limita la reivindicación al plano léxico y
simbólico. En muchos casos todo el movimiento termina pareciendo
ridículo, pero, sin embargo, va penetrando en los discursos oficiales,
en la gestión de compensaciones y en un ejercicio de paliar injusticias
históricas mediante los procesos de discriminación positiva. Es en la
ejecución de lo que parecen estas buenas ideas donde la guerra va a
trasladarse, de la mano de los periodistas fundamentalmente, al seno de
la sociedad y a explotar la contraofensiva ideológica que hará tambalear
el prestigio y la influencia francesa en los campus. Cuando comienzan a
aparecer las injusticias manifiestas en los ámbitos laborales
universitarios es cuando se va a ejecutar toda una estrategia para
desprestigiar y derrocar los centros ideológicos con influencia francesa
de las universidades. Los trapos sucios afloran en los medios
generalistas: Paul de Man y su pasado antisemita, la indecencia de las
fotografías de Robert Mappertholpe, el elitismo y la inmoralidad que
muestran los medios de comunicación pública, en fin, la influencia
barbara que adoctrina a los hijos de América que sólo leen a lesbianas
negras y escuchan rock satánico. Todos terminan siendo, desde la
contraofensiva conservadora y patriota que impera en la era Reagan de
los intelectuales neoconservadores alejados de las esferas del poder
académico, “enemigos de la Democracia”. En gran medida todo este
planteamiento antiintelectual tenía el firme propósito de expulsar a los
“radicales” de las universidades y, sobre todo, justificar el
importante recorte en el gasto público hacia la Universidad. A la vez
había que difundir los valores de la América eterna y se inicia desde la
Administración todo un proceso de financiación de elites y de
justificación del liberalismo mercantilista que se quería imponer. En
este contraofensiva quizá el texto de mayores consecuencias haya sido
“El fin de la Historia” de Fukuyama y la obra y la influencia de Levi Strauss.
Es
cierto que la victoria de esta contraofensiva conservadora no hubiera
sido tan fácil si la izquierda no hubiera despojado de contenido
político a su pensamiento. Es cierto que la acción política no es algo
que se sigue demasiado bien del pensamiento de Foucault o de Derrida o
de Deleuze o de Lyotrad. El proceso que siguió en Estados Unidos, y
diría que en todo el mundo occidental, a la irrupción del pensamiento
francés ha consistido en un abandono cada vez más manifiesto de la
acción política. La izquierda se ha segmentado en una diversidad de
izquierdas donde el enemigo se ha confundido y donde entrar a dividir
cualquier causa común ha sido lo más sencillo para una derecha que se
cobija en valores firmes y eternos y que se apoya en una gestión del
capital que le permite manejar las instituciones universitarias y
científicas. En la era de lo post, la izquierda se ha convertido en una
izquierda postpolítica donde cuenta más el reconocimiento casi
corporativo de cada grupo que la lucha social y más los signos de
afiliación que el combate político.
Llegados
a este punto y para terminar en un ejercicio de estilo muy interesante,
se depone el análisis profundo de los intereses políticos y de las
complejas relaciones entre los diversos agentes sociales, para
mostrarnos desde otra perspectiva los agentes internos del proceso
académico: profesores y estudiantes; y las consecuencias de la llegada
del pensamiento postestructuralista en áreas culturales como puede ser
el arte y las prácticas artísticas y en la cibercultura emergente a
partir de los años noventa.
En
este cambio de registro se selecciona a seis “estrellas del campus” que
a su juicio representan la mejor digestión del postestructuralismo
francés y a la vez la autoridad intelectual del campus americano: Judith
Butler, Gayatri Spivak, Stanley Fish, Edward Said, Richard Rorty y Fredric Jameson.
En unas pocas páginas para cada uno de ellos y ellas nos ofrece un
perfil de su pensamiento teórico sumamente rentable para el lector. El
cambio de perspectiva y de estilo nos muestra una vez más lo elaborado
del texto y la densidad de análisis que despliega. Esta nueva mirada que
ahora habría de calificar como filosofía de la filosofía resulta
bastante inédita, pero muy productiva. Vemos a Cusset empleando los
métodos y el tipo de análisis que los filosofos de… emplean en los
distintos campos de la experiencia humana sobre la que dirigen sus
miradas por encima de las cosas, pero ahora al volcarlos sobre ellos
mismos nos desvela esos procesos por los que los textos se escriben, se
difunden, se descontextualizan y se sirven en las más variadas bandejas
que van a alimentar a los más variados comensales. Es esta filosofía de
la filosofía, de la que ya había dado muestras sumamente interesantes
cuando comenta el caso Sokal, en la introducción o cuando en apenas un
par de páginas (pongan atención a las páginas que van de la 97 a la 103)
desentraña los procesos de creación teórica, los mecanismos de la
traducción, el trabajo y consecuencia de la cita y la consecuente
invención de una teoría que se desentraña filosófica, sociológica,
política y culturalmente, la que mantiene coherente todos los registros
de análisis que el autor despliega.
Por
el mismo precio –que por cierto, para la cuidadosa edición que ha hecho
la joven editorial Melusina ya es una ganga- encontramos entonces otro
libro que, al menos para mi, ha resultado mucho más interesante,
esclarecedor y gratificante, que todos los demás que mencionábamos
anteriormente. Un libro que se teje entre líneas y que permite a esta
obra escapar del localismo y de la temporalidad de la que sospechaba
líneas arriba y que generaliza una metodología de análisis de la
difusión, influencia, perturbación y trascendencia del trabajo
intelectual de la que fácilmente se podría elaborar una teoría de corte
evolucionista de la difusión de ideas y del establecimiento de
creencias. Tengo la impresión de que esto no es un resultado casual y la
presencia de la palabra ‘mutaciones’ en el subtítulo de la obra es un
dato en este sentido. En el entramado del profuso y concienzudo trabajo
que el libro ha exigido, se deja entrever un método generalizable y una
mezcla de géneros e intenciones que resulta muy fructífera no sólo para
el tema que es el objeto de estudio del volumen, sino para cualquier
metateórico que desee desentrañar los misterios de los procesos de
creación, difusión, manipulación y olvido de las ideas. Esos Memes que
puso en la escena Dennett y que uno nunca puede prever su destino. Este
otro libro que se muestra queda tan encajado en los que se dice que
-continuando con el resumen- en el momento que concede Cusset al
análisis de cómo los estudiantes absorben la teoría de altos vuelos en
sus carreras, empezamos a comprender muchos de los fenómenos singulares
que ocurren en este mundo del tardocapitalismo. Efectivamente un
estudiante en el proceso de formación de los mecanismos de la
argumentación, de la reflexión y de la crítica de la teoría, integra a
ésta en los episodios vivenciales que cualquier joven quiere destacar en
una biografía que sabe que pronto se va a volver monótona, impersonal y
obligada a una supervivencia nada fácil en un mundo de incesante
competencia y de poca creatividad. Los estudiantes van a hacer
habitables las teorías que estudian del mejor modo que puedan recordar
después y por eso muchas de las experiencias y actividades que realizan
en los campus resultan a la par que creativas, divertidas, epatantes o
productivas, burdas lecturas, descontextualizaciones inadmisibles o
sencillamente incomprensiones profundas.
La
necesidad de integrar vivencialmente lo que se puede relacionar de la
teoría con las vidas particulares es la nota característica de la
influencia de la filosofía francesa en las prácticas artísticas y en las
comunidades de cibernautas. A partir de los años 50, el arte
experimenta, y fundamentalmente esto ocurre en América, una explosión de
prácticas diversificadas en donde teoría y práxis se van diluyendo en
un arte que contiene su propio discurso legitimador. Desde el
expresionismo abstracto hasta el arte de la instalación y el uso de las
nuevas tecnologías, en muy poco tiempo las tendencias se van sucediendo a
partir de reflexiones teóricas y estéticas en donde la filosofía
francesa se revela más valiosa que el pensamiento marxista o romántico
anterior. El arte minimal, el conceptual, el happening, el arte pop
incluso el Land Art van a tomar como biblia la obra de Braudillard. Según afirma un galerista “en dos años todo el mundo había leído Simulations”
En
esta relación entre artistas y pensadores se producirán interacciones
en ambos sentidos. Así algunos artistas como Mark Tansey van a colocar
en sus obras los personajes de Derrida
o Paul de Man, Rainer Ganahl crea un complejo cuadro con el índice de
la obra de Deleuze, Masoquismo. Un video de Diana Thater es calificado
como la expresión plástica de la Lógica del Sentido de Deleuze. Y por
parte de la reflexión francesa es más que bien conocido el interés
estético de Baudrillard, Foucault, Virilo, Lyotard y desde luego Deleuze.
En
el campo de la arquitectura la relación resultó ser casi inevitable.
Virilo cofunda el colectivo Architecture Principie en 1963, Baudrillard
dialoga con Beauborg o con Nouvel. En América tras la caída del
modernismo cristaliza un práctica teórica de la arquitectura que señala
como mentor teórico, además de los citados, fundamentalmente a Derrida.
Los representantes de este nuevo teorismo arquitectural son Peter
Eisenman, Bernard Tschumi. Antony Vidler y Mark Wigley, entre otros.
Pero
no solamente encontramos huellas (el término derridiano parece aquí
conveniente) del pensamiento postestructuralista en el arte –digamos-
más culto o de más honda tradición, también en determinados DJ’s
intelectualizados de la música Hip-Hop, en portales de Internet que se
amparan en la teoría rizomática deleuziana para exponer determinadas
políticas de organización, gestión y uso de la red, en hacker activistas
de los primeros años 90’s, y en una presencia de los autores franceses
en sitios de todo tipo sin parangón con otras corrientes de pensamiento u
otros movimientos artísticos o culturales intelectualizados.
La
verdadera influencia y la presencia aún de la teoría francesa en los
Estados Unidos, en el resto del mundo y en el retorno que estos autores
han tenido en su Francia natal. Tras las idas y venidas, los ataques y
contraataques, la crítica y la anticrítica, muchos autores estiman que
todo este proceso no ha sido más que una moda dentro del mercado de las
ideas de la que hoy no quedan sino formas –naturalmente- pasadas de
moda, pero sin calado ni profundidad. Contra esto, cabe decir que en la
medida en que la teoría ha tenido y sigue teniendo un proceso de
lectura, de discusión, de crítica incluso, no puede ser solamente un
efecto pasajero de una teoría que renovó los léxicos filosóficos, las
estrategias de análisis y las formas de acción. Incluso en su muerte
anunciada se prueba que el postestructuralismo francés ha sido una
corriente profunda y novedosa de la que la historia tendrá que ocuparse.
“Pues la teoría francesa encarna también, en la universidad y más allá,
la esperanza de que el discurso vuelva a dar vida a la vida, que dé
acceso a una fuerza vital intacta, aparentemente ignorada por la lógica
mercantilista y el cinismo del ambiente.” Para argumentar esta
valoración, cabe particularizar la herencia que los pensadores franceses
legan en el pensamiento americano y en el del resto del mundo
-catalogando todas las influencias significativas y reconocidas. Y a la
vez recogiendo las que influyeron en los pensadores franceses, es decir y
cómo no, las fuentes alemanas.
Finalmente,
por supuesto, debe evaluarse la presencia contemporánea de estos
pensadores en la Francia contemporánea. Una Francia que se ha empeñado
en borrar sus huellas y en acallar sus pensamientos, sin conseguirlo del
todo. Al fin y al cabo, aunque en esto Francia quizá sea quien mejor se
protege de influencias externas, mientras estos pensadores sigan siendo
centro de referencia en el mundo globalizado difícilmente podrán
silenciarse con un pensamiento reformista y conservador.
French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, Editorial Melusina, Barcelona 2005.
Filosofía Francesa Badiou por Adolfo Vásquez Rocca
3.-
No es fortuito o arbitrario que Aprender por fin a
vivir fuera la última entrevista concedida por Jacques Derrida en las
inmediaciones de una muerte que habita ya en su palabra de modo
ineludible y que, al haber acaecido después de las de Michel Foucault, Jean-François Lyotard, Gilles Deleuze, Maurice Blanchot y Pierre Bourdieu,
parece simbolizar el agotamiento natural de una vitalidad filosófica
que pintó con sus nietzscheanos colores tres décadas prodigiosas de
pensamiento europeo.
Los que quedan vivos de aquella singular generación, como Jean Baudrillard (lamentablemente fallecido este año) y Alain Badiou,
proponen títulos poco alentadores protagonizados por la agonía y el
desastre. Y no se trata únicamente de los títulos: Baudrillard describe
al poder político como un enfermo moribundo artificialmente mantenido
con vida gracias al entubamiento mediático y, si habla de un “complot”
del arte es casi únicamente para remitir a un fulgor antiartístico
llamado Andy Warhol, que habría sido enterrado en vida por sus
imitadores con pretensiones estéticas. Por su parte, Badiou aprovecha
toda la lírica vertida en los últimos tiempos por los “comunistas
literarios” herederos de Bataille (Nancy, Esposito) para revitalizar una
suerte de mao-leninismo filosófico que recupera en toda su crudeza el
viejo rencor marxista contra el derecho burgués de la democracia
“formal” y que reclama vehementemente una “política sin Estado”, yendo
con ambas cosas en una dirección asombrosamente parecida a la que
persiguen aquellos que uno supone -quizá ingenuamente- que deberían ser
los verdaderos enemigos de un izquierdista.
Adolfo Vásquez Rocca
Pero
no nos equivoquemos. Incluso aunque haya algo de “terminal” o de
“descomposición” en el perfume exhalado por estos títulos
cuasi-póstumos, el corazón del cual son arterias, por muy esclerotizadas
que estén últimamente, late ya incorporado a lo mejor de las ideas
filosóficas de nuestro tiempo al ritmo de una alegría que si con algo
desentona es con ese aire tristón que va adoptando el pensamiento del
siglo XXI (tan dado a los desastres, las agonías y los entierros).
De modo que el castigo al que hoy se somete a la “filosofía francesa“,
en cuyos excesos se quiere a veces encontrar todas las culpas de
nuestras actuales penurias intelectuales, hay que administrarlo con
cuidado: no es que haya que eximir a estos autores de todo
enjuiciamiento crítico, pero hemos de procurar que nuestra razonada
censura de algunas ideas no nos conduzca a condenar la contribución más
original y vigorosa del pensamiento de la segunda mitad del siglo XX,
porque en tal caso estaríamos patrocinando, aunque fuese con la mejor
voluntad, la adaptación de la filosofía al clima deprimente y gris que
caracteriza al extendido espíritu de docilidad frente a las humillantes
imposiciones de un “realismo” acrítico.
4.-
¿Qué fue de la Filosofía Francesa?
Sobre FRENCH THEORY.
Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida
intelectual en Estados Unidos, François Cusset, Melusina. Barcelona,
2005
French
theory relata un fragmento de la historia intelectual contemporánea
completamente determinante para la atmósfera cultural y política de
nuestros días, pero parcialmente desconocido en su detalle: el modo en
que un grupo de pensadores franceses, precisamente en el momento en que
su influencia estaba decayendo en su país, llegó a convertirse, no
solamente en una pléyade de “estrellas” universitarias norteamericanas,
sino en suelo fundamental de los grandes debates teóricos de Estados
Unidos y en columna vertebral del discurso de una nueva izquierda
“post-marxista” que, como todo lo demás, ha acabado también por
re-exportarse a Europa.
Para
comprender este complejo fenómeno, François Cusset comienza dibujando
la coyuntura que atravesaba el mundo académico transatlántico en el
momento en el que se produjo el “desembarco” de los continentales: no
solamente la efervescencia del movimiento estudiantil contracultural y
la renovación producida en las humanidades por el new criticism, sino
ante todo la tensión interna que en esos años atravesaban las
instituciones de enseñanza americanas, entre la necesidad académica de
una educación universalista y la presión del mercado empresarial que
exige adaptación de los conocimientos a la demanda profesional. En
segundo lugar, el libro describe (y éste es su principal mérito) el gran
“malentendido creador” que permitió el trasplante de las doctrinas
europeas y las operaciones que garantizaron su perfecto encaje en el
campus yanqui: ante todo, la literaturización de la filosofía
continental (puesto que los departamentos universitarios de literatura
fueron su vía principal de penetración) y su empleo como instrumento de
análisis y dignificación de la cultura popular; y, enseguida, su
reconversión en arsenal de un combate por el poder cultural contra el
neoconservadurismo que comenzó en la “era Reagan” y que fue
evolucionando hasta adoptar el cariz de un nacionalismo de la “mayoría
moral” (blanca, protestante, anglosajona y varonil), virtualmente
confundida con “la cultura occidental” o con “la civilización” a secas.
En
este laboratorio, las filosofías “francesas” de la diferencia
(Foucault, Deleuze, Baudrillard, Derrida, Lyotard) fueron percibidas
como la base ideológica de una respuesta izquierdista a este
recrudecimiento de la derecha y acabaron catequizadas en las “políticas
de la identidad” de las minorías étnicas, sexuales, lingüísticas y
religiosas, logotipo de los estudios culturales y toda su cohorte
(”estudios de género”, “estudios gay”, “estudios chicanos”, etcétera),
que facilitaron su introducción en las ciencias sociales a través de la
antropología y, después, en la filosofía moral y política a través del
neocomunitarismo y del multiculturalismo (¿les va sonando? Sí, en esto
como en todo, Estados Unidos nos lleva unas décadas de ventaja). Y,
aunque Cusset no dice nada de esto, en este punto uno se pregunta si la
“adaptación” de los conocimientos a la identidad de sus destinatarios es
realmente una alternativa a la sin duda perversa “adaptación” a las
exigencias del mercado. Pero sigamos.
Un
eco de esa encarnizada lucha ideológica entre el populismo de la
mayoría y el de las minorías llegó hasta Europa -que hasta entonces se
había conformado con cobrar los dividendos de prestigio correspondientes
a la importación de mercancías filosóficas a la nación más poderosa de
la tierra- con el llamado “asunto Sokal”: la denuncia de un grupo de
científicos norteamericanos contra la “retórica vacía” del pensamiento
francés y contra el modo en que estaba minando el rigor y el vigor de
las instituciones liberales.
Y
es en la reacción de la opinión intelectual francesa a esa polémica en
donde Cusset ve un caso de desgracia y de miopía: miopía porque, para
evitar que la joven América le hurtase la marca registrada de la
Ilustración, se alió con el “humanismo liberal” y, por tanto, contra sus
propios vástagos, poniendo fin a la última plataforma de influencia
mundial de la gran cultura francesa (que tiene tanta tendencia a
confundirse con la esencia de la izquierda como el neoconservadurismo a
confundir el american way of life con la civilización), que desde
entonces no ha hecho más que retroceder; y desgracia porque según el
autor contribuyó a la “derechización” generalizada, ofreciendo a sus
hijos bastardos, como única oportunidad de “retornar a la patria”, la de
reciclarse al modo conservador en las nuevas estructuras del Estado
asistencial o en la administración de empresas, puesto que las
universidades ya no están para experimentos sino para dar rendimientos
rápidos. French theory es, por tanto, un mapa solvente de este “equívoco
fructífero” y una invitación a re-evaluar las filosofías que se
encontraron presas en su movimiento, aunque no es esa re-evaluación sino
un ejercicio estimulante de historia social del conocimiento. Sin
embargo, hay una razón por la cual conviene leer este libro aunque uno
no sea francés (ni por tanto pueda lamentarse de la decadencia de la
influencia de su gran cultura en el mundo) ni estadounidense (ni por lo
tanto pueda enorgullecerse de la capacidad de absorción y recreación
dinámica de sus instituciones culturales o apenarse de la penetración
del gusano de la extravagante impostura francesa que corrompe el sano
liberalismo nacional): y es que se llega a comprender el significado del
término post aplicado a la cultura (o sea, el éxito de etiquetas como
postmodernidad, postestructuralismo, postilustración o postnacionalismo,
entre otros cientos): post-it -la fórmula es del Canard enchaîné-, se
pegan por todas partes. En los tiempos inmediatamente siguientes a la
Segunda Guerra Mundial, todo lo que venía de Estados Unidos era “nuevo”
en el sentido de que renovaba o rejuvenecía las tradiciones europeas (el
imperialismo era un “neo-colonialismo”, la filosofía analítica
norteamericana un “neo-positivismo”, etcétera); hoy, perdido
completamente el impulso jovial de los pioneros, Estados Unidos ha
dejado de ser el laboratorio de la renovación de las ideas europeas para
convertirse en su nicho funerario: es el futuro de Europa (y del mundo
entero), su después absoluto e irrenunciable, su destino inapelable y el
lugar en donde llegan a ser lo que eran, en donde revelan la verdad de
lo que habrán sido en la historia. Son nuestra posteridad intelectual.
FILOSOFIA FRANCESA POST-ESTRUCTURALISTA Por Adolfo Vásquez Rocca
PANORAMA DE LA FILOSOFÍA FRANCESA CONTEMPORANEA 1
Querría presentaros algunas notas sobre la filosofía francesa
comenzando por una paradoja: eso que es lo más universal es también , al
mismo tiempo, lo más particular. Es lo que Hegel llama el universal
concreto, la síntesis de lo que es absolutamente universal, que es para
todos, y de lo que al mismo tiempo, tiene un lugar y un momento
particulares. La filosofía es un buen ejemplo; como sabéis, la filosofía
es absolutamente universal, la filosofía se dirige a todos, sin
excepción, pero hay en filosofía muy importantes particularidades
nacionales y culturales. Hay eso que yo llamaría momentos de la
filosofía, en el espacio y en el tiempo. La filosofía es pues una
ambición universal de la razón y, al mismo tiempo, se manifiesta por
momentos enteramente singulares. Tomemos dos ejemplos, dos momentos
filosóficos particularmente intensos y conocidos. En primer lugar, el
momento de la filosofía griega clásica, entre Parménides y Aristoteles,
entre el V y el III siglo a.C., momento filosófico creador, fundador,
excepcional y finalmente bastante breve en el tiempo. Después tenemos
otro ejemplo, el momento del idealismo alemán, entre Kant y Hegel, con
Fichte y Schelling, todavía un momento excepcional, entre el fin del
siglo XVIII y el inicio del siglo XIX, un momento intenso, creador y,
ahí también, en el tiempo, un momento breve. Querría así pues sostener
una tésis histórica y nacional: ha habido o hay, según me sitúe, un
momento filosófico francés que se mantiene durante la segunda mitad del
siglo XX y querría intentar pres el vínculo de todos estos filósofos con
la literatura en esta secuencia. Y en cuarto lugar, hablaría de la
discusión constante, durante todo este periodo, entre la filosofía y el
psicoanálisis. Cuestión del origen, cuestión de las operaciones,
cuestión del estilo y de la literatura, cuestión del psicoanálisis,
tales serán mis medios para intentar identificar esta filosofía francesa
contemporánea.
Así pues en primer lugar, el origen. Para pensar este origen,
es preciso remontarse al inicio del siglo XX donde se opera una división
fundamental de la filosofía francesa: la constitución de dos corrientes
verdaderamente diferentes. Doy algunas referencias: en 1911, Bergson da
dos conferencias célebres, en Oxford, y publicadas en la selección de
Bergson que tiene por título La pensée et le mouvement, y en 1912, al
mismo tiempo así pues, aparece el libro de Brunschvicg que tiene por
título Les étapes de la philosophie mathématique. Estas dos
intervenciones filosóficas intervienen hasta justa antes de la guerra
del 14. Ahora bien, estas dos intervenciones indican la existencia de
dos orientaciones extremadamente diferentes. En el caso de Bergson,
tenemos eso que se podrá llamar una filosofía de la interioridad: la
tésis de una identidad del ser y del cambio, una filosofía de la vida y
del devenir. Esta orientación continuará durante todo el siglo hasta
Deleuze incluso.
En
el libro de Brunschvicg, se descubre una filosofía del concepto apoyada
sobre las matemáticas, la posibilidad de una suerte de formalismo
filosófico, una filosofía del pensamiento o de lo simbólico y esta
orientación ha continuado durante todo el siglo, en particular con
Lévi-Strauss, Althusser y Lacan.
Tenemos entonces, a principio del siglo, lo que llamaría una
figura dividida y dialéctica de la filosofía francesa. De un lado, una
filosofía de la vida; del otro, una filosofía del concepto. Y este
problema entre vida y concepto va a ser el problema central de la
filosofía francesa, comprendido en el momento filosófico del que hablo,
el de la segunda mitad del siglo XX.
En una discusión sobre la vida y el concepto, hay finalmente una discusión sobre la cuestión del sujeto, la cual organiza todo el periodo. ¿ Por qué? Porque un sujeto humano es a la vez un cuerpo viviente y un creador de conceptos. El sujeto es la parte común de las dos orientaciones: es interrogado en cuanto a su vida, su vida subjetiva, su vida animal, su vida orgánica; y es también interrogado en cuanto a su pensamiento, en cuanto a su capacidad creadora, su capacidad de abstracción. La relación entre cuerpo e idea, entre vida y concepto va a organizar el devenir de la filosofía francesa y este conflicto está presente desde el inicio del siglo con Bergson de un lado y de Brunschvicg del otro.
Podemos entonces decir que la filosofía francesa va a constituir una suerte de campo de batalla alrededor de la cuestión del sujeto. Kant es el primero en definir la filosofía como un campo de batalla, en el cual nosotros somos los combatientes, más o menos fatigados. La batalla central de la filosofía en la segunda mitad del siglo va a ser una batalla alrededor de la cuestión del sujeto. Doy rapidamente algunas referencias: Althusser define la historia como un proceso sin sujeto y el sujeto como una categoría ideológica; Derrida, en la interpretación de Heidegger, consideró el sujeto como una categoría de la metafísica, y Lacan, creó un concepto del sujeto -por no decir nada del lugar central del sujeto en Sartre o Merleau-Ponty. Entonces una primera manera de definir el momento filosófico francés sería hablar de la batalla a propósito de la noción de sujeto, porque la cuestión fundamental es ahí la cuestión de la relación entre vida y concepto, y que ella no es en definitiva más que la interrogación fundamental sobre el destino del sujeto.
En una discusión sobre la vida y el concepto, hay finalmente una discusión sobre la cuestión del sujeto, la cual organiza todo el periodo. ¿ Por qué? Porque un sujeto humano es a la vez un cuerpo viviente y un creador de conceptos. El sujeto es la parte común de las dos orientaciones: es interrogado en cuanto a su vida, su vida subjetiva, su vida animal, su vida orgánica; y es también interrogado en cuanto a su pensamiento, en cuanto a su capacidad creadora, su capacidad de abstracción. La relación entre cuerpo e idea, entre vida y concepto va a organizar el devenir de la filosofía francesa y este conflicto está presente desde el inicio del siglo con Bergson de un lado y de Brunschvicg del otro.
Podemos entonces decir que la filosofía francesa va a constituir una suerte de campo de batalla alrededor de la cuestión del sujeto. Kant es el primero en definir la filosofía como un campo de batalla, en el cual nosotros somos los combatientes, más o menos fatigados. La batalla central de la filosofía en la segunda mitad del siglo va a ser una batalla alrededor de la cuestión del sujeto. Doy rapidamente algunas referencias: Althusser define la historia como un proceso sin sujeto y el sujeto como una categoría ideológica; Derrida, en la interpretación de Heidegger, consideró el sujeto como una categoría de la metafísica, y Lacan, creó un concepto del sujeto -por no decir nada del lugar central del sujeto en Sartre o Merleau-Ponty. Entonces una primera manera de definir el momento filosófico francés sería hablar de la batalla a propósito de la noción de sujeto, porque la cuestión fundamental es ahí la cuestión de la relación entre vida y concepto, y que ella no es en definitiva más que la interrogación fundamental sobre el destino del sujeto.
Resaltemos, sobre este punto de los orígenes, que se podría
remontar más lejos y decir, a fín de cuentas, que hay ahí una herencia
de Descartes, y que la filosofía francesa de la segunda mitad del siglo
es una inmensa discusión sobre Descartes. Pues Descartes es el inventor
filosófico de la categoría de sujeto y el destino de la filosofía
francesa, su misma división, es una división de la herencia cartesiana.
Descartes es a la vez un teórico del cuerpo físico, del animal-máquina, y
un teórico de la reflexión pura. Se interesa así pues, en cierto
sentido, en la física de as cosas y en la metafísica del sujeto. Se
encuentran textos sobre Descartes en todos los grandes filosófos
contemporáneos, hay un destacable artículo de Sartre sobre la libertad
en Descartes, y la tenaz hostilidad de Deleuze con Descartes, hay, en
definitiva, tanto Descartes cuanto filósofos hay en la segunda mitad del
siglo XX , lo que muestra de una manera muy simple que esta batalla
filosófica es también finalmente la de la apuesta y de aquello que está
en juego en Descartes. Los orígenes nos dan entonces una primera
definición de este momento filosófico como batalla conceptual alrededor
de la cuestión del sujeto.
Mi segundo momento será identificar las operaciones
intelectuales comunes a todos estos filósofos. Definiría cuatro que,
según creo, muestran bien la manera de hacer de la filosofía y que son
en alguna manera operaciones metódicas.
La primera operación es una operación alemana, o una operación
francesa sobre los filósofos alemanes. En efecto, toda la filosofía
francesa de la segunda mitad del siglo XX es
en realidad también una discusión de la herencia alemana. Hubo dos
momentos, a todos los efectos, importantes en esta discusión, por
ejemplo el seminario de Kojéve sobre Hegel en los años 30 que ha sido de
una importancia considerable, que Lacan ha seguido y que ha marcado a
Lévi-Strauss. Además está el descubrimiento por los jóvenes filósofos
franceses de los años treinta y cuarenta de la fenomenología, por la
lectura de Husserl y de Heidegger. Sarte, por ejemplo, ha modificado
completamente su perspectiva cuando, encontrándose en Berlin, ha leído
directamente los textos de Husserl y de Heidegger; el mismo Derrida es
en principio y ante todo un interprete absolutamente original del
pensamiento alemán. Y después está Nietzsche, filósofo fundamental
también para Foucault como para Deleuze. Se puede entonces decir que los
franceses han ido a buscar alguna cosa en Alemania, en Hegel, en
Nietzsche, en Husserl y en Heidegger.
¿Qué es lo que la filosofía francesa ha ido a buscar en
Alemania? Se puede resumir en una frase: una nueva relación entre el
concepto y la existencia, que ha tomado muchos nombres: deconstrucción,
existencialismo, hermenéutica. Pero a través de todos estos nombres,
teneís una búsqueda común que es modificar, desplazar la relación entre
el concepto y la existencia. Como la cuestión de la filosofía francesa,
desde el inicio del siglo, era ’vida y concepto’, esta transformación
existencial del pensamiento, esta relación del pensamiento con su suelo
vital interesaba vivamente a la filosofía francesa. Es lo que llamo su
operación alemana. : encontrar en la filosofía alemana nuevos medios
para tratar la relación entre concepto y existencia. Es una operación
porque esta filosofía alemana devino, en su traducción francesa, el
campo de batalla de la filosofía francesa, alguna cosa, a todos lo
efectos, nueva. Hicimos una operación en todos los sentidos particular
que ha sido, si puedo decirlo, la apropiación francesa de la filosofía
alemana. Es la primera
operación.
operación.
La segunda operación, no menos importante, ha concernido a la
ciencia. Los filósofos franceses de la segunda mitad del siglo han
querido arrancar la ciencia del estricto dominio de la filosofía del
conocimiento; mostrando que era más vasta y más profunda que la simple
cuestión de conocimiento, en tanto que actividad productora, creación y
no simplemente reflexión o cognición. Han querido encontrar en la
ciencia modelos de invención, de transformación, para finalmente
inscribir la ciencia no en la revelación de los fenómenos, en su
organización, sino como ejemplo de actividad del pensamiento y de
actividad creadora comparable a la actividad artística. La operación a
propósito de la ciencia ha consistido en desplazar la ciencia del campo
del conocimiento al campo de la creación y finalmente en aproximarla
progresivamente al campo de la actividad artística.
Este proceso encuentra su culminación en Deleuze quien compara, de manera muy sutil e
íntima, creación científica y creación artística, pero que comienza
bien pronto como una de las operaciones constitutivas de la filosofía
francesa.
La tercera operación es una operación política. Todos los filósofos de
este periodo han querido comprometer en profundidad a la filosofía en la
cuestión política: Sartre, el Merleau-Ponty de postguerra, Foucault,
Althusser, Deleuze, han sido activistas políticos. A través de esta
actividad poolítica, han buscado una nueva relación entre el concepto y
la acción. Lo mismo que los alemanes, buscaban una nueva relación entre
el concepto y la existencia, han buscado en la política una nueva
relación entre el concepto y la acción y en particular, la acción
colectiva. Este deseo fundamental de comprometer a la filosofía en las
situaciones políticas viene a modificar la relación entre el concepto y
la acción.
En fin, la cuarta operación, la llamaría una operación moderna:
modernizar la filosofía. Antes incluso de que no se hable de otra cosa
todos los días que de modernizar la acción gubernamental ( hoy día es
necesario modernizarlo todo, lo que quiere inmediatamente decir
destruirlo todo), hubo en los filósofos franceses un profundo deseo de
modernidad. Eso quería decir seguir de cerca las transformaciones
artísticas, culturales, sociales y las transformaciones de las
costumbres. Hubo un interés filosófico muy fuerte por la pintura no
figurativa, por la nueva música, por le teatro, por la novela policíaca,
por le jazz, por le cine. Hubo una voluntad de acercar la filosofía a
lo que había de más denso en el mundo moderno. Hubo también un interés
muy vivo por la sexualidad, por los nuevos estilos de vida. Y a través
de todo esto, la filosofía buscaba una nueva relación entre el concepto y
el movimiento de las formas: las formas artísticas, sociales y de la
vida. Esta modernización era la búsqueda de una nueva manera para la
filosofía de aproximarse a la creación de las formas. Este momento
filosófico francés ha sido, así pues, una apropiación nueva de la
creación alemana
La cuestión de las formas, la búsqueda de una intimidad de la
filosofía con la creación de las formas es muy importante. Evidentemente
esto ha planteado la cuestión de la
forma de la filosofía misma: no se puede desplazar el concepto sin
inventar nuevas formas filosóficas. Se necesita además cambiar la lengua
de la filosofía y no solamente crear nuevos conceptos. Esto ha
implicado una relación muy singular entre la filosofía y la literatura,
que es una característica impresionante de la filosofía francesa del el
siglo XX. Se puede decir que es una larga historia francesa - recordando
a aquellos que en el siglo XVIII se llamaba les philosophes eran todos
grandes escritores, Voltaire, Rousseau o Diderot, los cuales son
clásicos de nuestra literatura y así pues los ancestros de esta
cuestión. Hay autores completos en Francia de los que no se sabe si
pertenecen a la literatura o a la filosofía, Pascal, por ejemplo, que es
ciertamente uno de los más grandes escritores de nuestra historia literaria y sin duda uno de nuestros más profundos pensadores.
En el siglo XX, Alain, un filosófo en apariencia clásico, en el
curso de los años treinta/cuarenta, un filósofo no revolucionario y que
no pertenece a este momento del cual
yo hablo, está muy próximo a la literatura; para él, la escritura es esencial y ha producido numerosos comentarios de novelas- sus textos sobre Balzac son además muy interesantes- y comentarios sobre la poesía francesa, notablemente sobre Valéry. Así pues, hasta en las figuras clásicas de la filosofía francesa del S.XX, se nota este vínculo tan estrecho entre filosofía y literatura. Los surrealistas han jugado también un rol importante: querían también modificar la relación con la creación de las formas, con la vida moderna, con las artes; querían inventar nuevas formas de vida. Este programa era en ellos un programa poético, pero preparó, en Francia, el programa filosófico de los años cincuenta y sesenta.
yo hablo, está muy próximo a la literatura; para él, la escritura es esencial y ha producido numerosos comentarios de novelas- sus textos sobre Balzac son además muy interesantes- y comentarios sobre la poesía francesa, notablemente sobre Valéry. Así pues, hasta en las figuras clásicas de la filosofía francesa del S.XX, se nota este vínculo tan estrecho entre filosofía y literatura. Los surrealistas han jugado también un rol importante: querían también modificar la relación con la creación de las formas, con la vida moderna, con las artes; querían inventar nuevas formas de vida. Este programa era en ellos un programa poético, pero preparó, en Francia, el programa filosófico de los años cincuenta y sesenta.
Querría
recordar el vínculo entre ambos: Lacan o Lévi-Strauss han frecuentado y
conocido a los surrealistas. Hay pues en esta historia compleja una
relación entre proyecto poético y proyecto filosófico y el
desplazamiento conceptual que propone. Asistimos entonces a un cambio
espectacular de la escritura filosófica. Muchos de entre nosotros
estamos habituados a esta escritura, la de Deleuze, la de Foucault, la
de Lacan; y nos representamos mal en qué punto es una ruptura
extraordinaria extraordinaria con el estilo filosófico anterior. Todos
estos filósofos se han esforzado en poseer un estilo propio, en inventar
una escritura nueva; han querido ser escritores. En la obra de Deleuze o
de Foucault, encontrareís alguna cosa nuevo a todos los efectos en el
movimiento de la frase. La relación entre el pensamiento y el movimiento
de la frase es en todos los sentidos original.
Tenéis un ritmo afirmativo en todo nuevo; un sentido de la fórmula que
es también espectacularmente inventivo. En la obra de Derrida,
encontraréis una relación complicada y paciente de la lengua con la
lengua, un trabajo de la lengua sobre ella misma, y el pensamiento pasa a
través del trabajo de la lengua sobre la lengua. En la obra de Lacan,
tenéis una sintáxis espectacularmente compleja que no se parece
finalmente más que a la de Malarmé, heredera directo de la sintáxis de
Mallarmé y entonces sintáxis directamente
poética.
poética.
Hubo así pues una transformación del estilo filosófico y de las
tentativas para desplazar las fronteras entre filosofía y literatura;
es necesario recordar que Sartre es también novelista y dramaturgo lo
que es una novedad, es también mi caso. La particularidad de esta
filosofía francesa es jugar sobre varios registros de la lengua y
desplazar la frontera entre la filosofía y la literatura o entre la
filosofía y el teatro. En el fondo, se podría decir que una de las metas
de la filosofía francesa ha sido crear un lugar de escritura nuevo
donde la literatura y la filosofía serían indiscernibles; un lugar que
no sería ni la filosofía como especialidad, ni exactamente a literatura,
pero que sería una escritura donde no se puede distinguir tampoco la
filosofía y la literatura, es decir, donde no se puede distinguir más
entre el concepto y la vida, pues finalmente esta invención de escritura
consiste en dar una nueva vida al concepto, una vida literaria al
concepto. A través de estainvención, esta nueva escritura, se trata
finalmente de decir el nuevo sujeto, de crear en filosofía la nueva
figura del sujeto, la nueva batalla a propósito del sujeto. Pues no
puede ser el sujeto racional consciente venido directamente de
Descartes; no puede ser, para decirlo más tecnicamente, el sujeto
reflexivo; debe ser alguna cosa más oscura, más vinculada a la vida, al
cuerpo, un sujeto más vasto que el sujeto consciente, alguna cosa que es
como una producción o una creación que concentra en ella fuerzas más
vastas. Que ella tome la palabra sujeto, o que no la tome, es eso lo que
la filosofía francesa intenta decir, encontrar y pensar. Es porque el
psicoanálisis es un interlocutor, porque al fondo la gran invención
freudiana ha sido también una nueva proposición del sujeto. Lo que Freud
ha introducido con la idea del inconsciente era precisamente que la
cuestión del sujeto era más vasta que la consciencia, es la
significación fundamental de la palabra inconsciente.
Lévi-Strauss Por Adolfo Vásquez Rocca Filosofía Francesa Postestructuralista
Lévi-Strauss Por Adolfo Vásquez Rocca Filosofía Francesa Postestructuralista
Resulta
que toda la filosofía francesa contemporánea ha implicado una amplia
discusión con el psicoanálisis. Esta discusión, en Francia, en la
segunda mitad del siglo XX, es una escena de una gran complejidad, y se
podría hablar solo de eso, muy largamente, porque en sí sola, esta
escena ( este teatro) entre la filosofía y el psicoanálisis es
absolutamente reveladora. En el fondo, su apuesta fundamental es la
división de las dos grandes corrientes de la filosofía francesa desde el
inicio del siglo.
Volvamos sobre esta división. Tenéis de un lado lo que
llamaría un vitalismo existencial, que tiene su origen en Bergson, y
pasa ciertamente por Sartre, Foucault y Deleuze; y del otro, hay lo que
llamaría un formalismo conceptual que se encuentra en Brunschvicg y que
pasa por Althusser y Lacan. Eso que cruza a los dos, el vitalismo
existencial y el formalismo conceptual, es la cuestión del sujeto.
Porque un sujeto es finalmente eso cuya existencia lleva (sostiene,
porta..?) el sujeto. Ahora bien, en un cierto sentido, el inconsciente
de Freud ocupa exactamente ese lugar; el inconsciente es también alguna
cosa vital o existente que trae el concepto. Cómo una existencia puede
llevar un concepto, cómo alguna cosa puede ser creada a partir de un
cuerpo, esa es la cuestión central, eso por lo que hay esta relación muy
intensa con el psicoanálisis. Evidentemente, la relación con ese que
hace la misma cosa que usted, pero de otra manera, es difícil. Se puede
decir que es una relación de complicidad - hacéis la misma cosa- , pero
es también una relación de rivalidad - lo hacéis de distinta manera. Y
la relación de la filosofía con el psicoanálisis en la filosofía
francesa es exactamente eso: una relación de complicidad y de rivalidad.
Es una relación de fascinación y de amor y de hostilidad y odio. Por
todo esto resulta una escena violenta y compleja.
Tres textos fundamentales permiten hacerse una idea de todo esto. El primero es el inicio del libro de Bachelard, publicado en 1938, que se llama El psicoanálisis del fuego, que es un libro muy claro sobre esta cuestión. Bachelard propone un nuevo psicoanálsis, apoyado en la poesía, en el sueño, que se podría llamar un psicoanálisis de los elementos: el fuego, el aire, el agua, la tierra, un psicoanálisis elemental. En el fondo, Bachelard intenta reemplazar el peso determinante de lo sexual, en la obra de Freud, por la ensoñación y mostrar que la ensoñación es una cosa más amplia y más abierta que la determinación sexual. Esto s encuentra muy claramente en el inicio de El psicoanálisis del fuego.
Tres textos fundamentales permiten hacerse una idea de todo esto. El primero es el inicio del libro de Bachelard, publicado en 1938, que se llama El psicoanálisis del fuego, que es un libro muy claro sobre esta cuestión. Bachelard propone un nuevo psicoanálsis, apoyado en la poesía, en el sueño, que se podría llamar un psicoanálisis de los elementos: el fuego, el aire, el agua, la tierra, un psicoanálisis elemental. En el fondo, Bachelard intenta reemplazar el peso determinante de lo sexual, en la obra de Freud, por la ensoñación y mostrar que la ensoñación es una cosa más amplia y más abierta que la determinación sexual. Esto s encuentra muy claramente en el inicio de El psicoanálisis del fuego.
El segundo texto, es el final de L’être et le néant de
Sartre, donde propone también la creación de un nuevo psicoanálsis, que
él llama el psicoanálisis existencial. Ahí la complicidad/rivalidad es
ejemplar. Sartre opone este psicoanálisis existencial alpsicoanálisis de
Freud al que llama un psicoanálisis empírico. La idea es que él propone
un verdadero psicoanálisis teorico, así como Freud propone un
psicoanálisis empírico. Si Bachelard quería reemplazar la presión sexual
por la ensoñación, Sartre quiere reemplezar el complejo freudiano, es
decir la estructura del inconsciente, por lo que él llama el proyecto.
Lo que define al sujeto para Sartre no es una estructura, neurótica o
perversa, sino un proyecto fundamental, un proyecto de existencia.
Tenemos ahí un ejemplo perfecto de combinación entre complicidad y
rivalidad.
La tercera referencia es el capítulo cuatro de El antiedipo de
Deleuze y Guattari donde está ahí también propuesto reemplazar el
psicoanálisis por otro método que Deleuze llama el esquizoanálisis, en
rivalidad absoluta con el psicoanálisis en el sentido de Freud. Esto es
los extraordinario: tres grandes filósofos, Bachelard, Sartre y Deleuze
han propuestoreemplezar el psicoanálisis por otra cosa.
En Bachelard es la fantasía más bien que el peso sexual; en
Sartre, el proyecto más bien que la estructura o el complejo; y en
Deleuze, el texto es al respecto muy claro, es la construcción más bien
que la expresión - su gran reproche al psicoanálisis es no hacer más que
expresar las fuerzas del inconsciente cuando debería construirlo.
Deleuze dice expresamente: reemplacemos la expresión freudiana por la
construcción que es la obra del
esquizoanálisis.
esquizoanálisis.
Todo esto dibuja una suerte de paisaje filosófico que
quiero recapitular ante ustedes. En términos objetivos, hubo un programa
filosófico y creo que un momento filosófico se define por un programa
de pensamiento. Claro está, los filósofos son muy diferentes y el
programa es tratado de manera muy distinta. Nosotros podemos ver lo que
hay
de históricamente común, no las obras, no el sistema, ni siquiera los
conceptos sino el programa. Cuando la cuestión es fuerte y es
compartida, hay un momento filosófico, con una gran diversidad de
medios, de obras y de filósofos. Así pues, ¿cuál era este programa en el
curso de los últimos cincuenta años del siglo XX?
En primer lugar, no oponer más el concepto a la existencia,
acabar con esta separación . Mostrar que el concepto está vivo, que es
una creación, un proceso y un acontecimiento y que en este sentido no
está separado de la existencia.
Segundo punto, inscribir la filosofía en la modernidad, lo que quiere decir también sacarla de la academia, hacerla circular en la vida. La modernidad sexual, artística, social, es necesario que la filosofía esté mezclada con todo eso.
Segundo punto, inscribir la filosofía en la modernidad, lo que quiere decir también sacarla de la academia, hacerla circular en la vida. La modernidad sexual, artística, social, es necesario que la filosofía esté mezclada con todo eso.
Tercer punto del programa, abandonar la oposición entre
filosofía del conocimiento y filosofía de la acción. Esta gran
separación que estaba en la obra de Kant, por ejemplo, entre razón
teórica y razón practica ; abandonar entonces esta separación y mostrar
que el conocimiento es él mismo una práctica, que incluso el
conocimiento científico es en realidad una practica.
Quinto
punto, retomar la cuestión del sujeto, abandonar el modelo reflexivo y
entonces, discutir con el psicoanálisis, rivalizar con él y hacer
bastante bien lo que él, incluso mejor que él.
En
fin, sexto punto, crear un estilo filosófico, un nuevo estilo de
exposición filosófica y, entonces, rivalizar con la literatura. En el
fondo, inventar una segunda vez, después del siglo XVIII, el escritor
filósofo, recrearlo.
Es este el momento filosófico francés, su programa y su gran
ambición. Yo creo que había ahí un deseo esencial; afín de cuentas, toda
identidad es identidad de un deseo. Había el deseo esencial de hacer de
la filosofía una escritura activa, el medio de un nuevo sujeto, el
acompañamiento de un nuevo sujeto. Así pues, hacer del filósofo otra
cosa que un sabio, acabando con la figura meditativa, profesoral o
reflexiva del filósofo. Hacer del filósofo otra cosa que un sabio, es
hacer de él otra cosa que el rival de un sacerdote. Hacer de él un
escritor combatiente, un artista del sujeto, un amante de la creación,
un militante filosófico, estos son nombres para este deseo que atravesó
este periodo y era que la filosofía actuase en su propio nombre. Todo
esto me hace pensar en una frase de Malraux quien la atribuye a de
Gaulle en su texto Les chênes qu’on abat: la grandeza es un camino hacia
alguna cosa que no se conoce. Creo que la filosofía francesa de la
segunda mitad del siglo XX, el momento filosófico frances, ha propuesto
en el fondo a la filosofía preferir el camino al conocimiento del fin,
la acción o la intervención filosófica a la meditación y a la sabiduría.
Ha sido una filosofía sin sabiduría, eso mismo que hoy se le
reprocha.Pero el momento filosófico francés ha deseado en el fondo la
grandeza más bien que la felicidad. Creo que hemos deseado en todos los
sentidos especial, que es en efecto problemática: nosotros hemos deseado
ser los aventureros del concepto. Es en el fondo desear no una
separación clara entre vida y concepto, ni tampoco que la existencia sea
sometida a la idea o a la norma, sino que el concepto él mismo sea un
camino del que no se conoce forzosamente el fin. Tras la época de los
aventureros viene generalmente la época del orden. Este es el problema.
Se comprende: hubo en esta filosofía un lado pirata, Deleuze lo llamaba
voluntades nómadas. Aventureros del concepto me parece es la fórmula que
podría reconciliarlos a todos, y es por lo que yo diría que hubo en
Francia, en el siglo XX, un momento de aventura filosófica.
1
.- Traducción de Pelayo Pérez de la versión francesa del mismo
título, publicado en inglés en setiembre-octubre del 2005 en la New Left
Review, y que se tomó de una conferencia impartida por el autor en la
Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en Junio del 2004. Se reproducen
ambas versiones con la autorización del autor.
BADIOU, A.: “Panorama de la filosofía francesa contemporánea”,
5.- La teoría francesa en la academia norteamericana
Foucault, Derrida y Deleuze las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos
Stanley Fisch comenta en el New York Times el libro French Theory: How Foucault, Derrida, Deleuze, & Co. Transformed the Intellectual Life of the United States, de Francois Cusset, pronto a aparecer publicado por la editorial University of Minnesota Press.
Ver el comentario completo de Fisch más abajo y la polémica a que dio lugar en el blog del diario.
Del libro de Cusset existe asimismo una traducción española:
François Cusset, French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos. Editorial Melusina, Barcelona 2005
El presente apartado es un comentario del libro de François Cusset: Teoría francesa. Las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos , texto analítico, caleidoscópico e innovador. En dicha obra, Cusset trata con suma lucidez la influencia de los autores postestructuralistas franceses en la academia universitaria americana y cómo, a partir de devotas lecturas, se desencadena una ideológica guerra entre cánones literarios en el país del beligerante tío Sam, entre Estudios Culturales y reivindicaciones del mercado, la patria y el fin de la historia. En este sentido, French Teory muestra el making off y el behind the scenes de la filosofía francesa en EU, esto es, cómo Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard, Kristeva junto otros comentadores nacionales de gran prestigio como Rorty y Butler, pululan con el aura de estrellas hollywoodenses por los campus universitarios y las librerías especializadas. En relación a lo anterior, se muestra que el mérito de los teóricos radica haber elaborado sutiles instrumentos analíticos para la comprensión de la ingente heterogeneidad cultural estadounidense y mundial. En suma, se presenta un libro del que se recomienda encarecidamente su lectura, un libro por el cual la hora de la gran filosofía comparada ha llegado.
"En
las tres últimas décadas del siglo XX, algunos nombres de pensadores
franceses han adquirido en Estados Unidos un aura reservada hasta
entonces a los héroes de la mitología estadounidense o a las estrellas
del show business. Incluso podríamos jugar a calcar el mundo
intelectual estadounidense sobre el universo del Western de Hollywood:
estos pensadores franceses, a menudo marginados en su país de origen,
obtendrían seguramente los papeles protagonistas. Jacques Derrida podría
ser Cint Eastwood, por sus personajes de pionero solitario, su
autoridad indiscutida y su melena de conquistador. Jean Baudrillard no
estaría lejos de pasar por un Gregory Peck, con esa mezcla de bondad y
sombría indiferencia, además de su común habilidad para aparecer donde
menos se les espera. Jacques Lacan representaría a un Robert Mitchum
irascible, en razón de su común inclinación por el gesto criminal y su
incorregible ironía. Gilles Deleuze y Félix Guattari, más que los
Spaghetti Westerns de Terence Hill y Bud Spencer, evocarían al dúo
hirsuto, exhausto pero sublime, de Paul Newman y Robert Redford en Dos
hombres y un destino. Y sobrarían motivos para ver en Michel Foucault a
un Steve McQueen imprevisible, por su conocimiento de la cárcel, su
risa inquietante y su independencia de francotirador, figurando a la
cabeza de tamaño reparto como el favorito del público. Tampoco habría
que olvidar a Jean-François Lyotard como Jack Palance, por su alma
burilada, a Louis Althusser como James Stewart, por su silueta
melancólica y, con respecto a las mujeres, a Julia Kristeva como Meryl
Streep, madre coraje o hermana de exilio, y a Héléne Cixous como Faye
Dunaway, feminidad exenta de todo modelo. Un Western improbable, en el
que los decorados se transformarían en personajes, la astucia de los
Indios les daría la victoria, y adonde jamás llegaría la sudorosa
caballería."
La
precisión o el acierto en la asociación entre pensadores y estrellas
de cine o personajes llevados a la gran pantalla por determinados
actores anima a la lectura y no sólo por aventurar una zona de
proyección, a la que la imaginación humana es tan proclive y tan
fructífera; tampoco sólo porque nos muestre la posibilidad de traspasar
los límites de los campos y de las disciplinas y tampoco exclusivamente
porque el ejercicio de la transfiguración permite al lector otros
muchos juegos de metáforas. También por razones más objetivas, porque
de los autores que French Theory analiza son hoy clásicos del siglo
XX, centro de referencia para el diálogo y el trabajo filosófico y, en
consecuencia, nuevos datos, nuevas reflexiones han de animar la
discusión.
Pero
a pesar de todos estos motivos, cuando uno se adentra en las
profusamente documentadas páginas de este libro, en algún momento, uno
se para y se pregunta por el interés que puede tener algo que resulta
tan local, tan temporal y en cierta medida tan provinciano: La
influencia de los autores franceses postestructuralistas en la academia
universitaria norteamericana.
Sin
duda, el tema no es tan banal como parece. Al fin y al cabo, Estados
Unidos es la potencia económica, política y cultural de nuestro tiempo,
el imperio según el análisis de Toni Negri, y el pensamiento francés
es uno que tiene etiqueta propia desde hace ya muchos siglos. Pero,
¿por qué investigar las relaciones, influencias, perturbaciones e
incidencias de una cultura filosófica en otra? ¿No valdría también
entonces investigar lo mismo en cualquier otro contexto, en cualquier
otra disciplina? ¿Por qué no investigar la influencia de determinados
textos alemanes en la cultura francesa o la influencia de la filosofía
anglosajona en la constitución del pensamiento nórdico o la mordedura
del pensamiento oriental en los usos occidentales o, qué se yo,
cualquier otra cosa? ¿Qué diferencia habrá en esta interconexión
respecto a otras posibles? Ciertamente hay un hecho evidente y es que
François Cusset se puso a ello y de ello queda este estupendo libro para
evaluar estas posibilidades. Quizá anime a otros y consiga que esta
especie de filosofía comparada se extienda y se convierta en práctica
frecuente, inclusive podría institucionalizarse y quizá en un futuro
próximo empiecen a fundarse cátedras e institutos de investigación que
reciban este nombre: filosofía comparada.
Fuera
ya de la crítica impertinente de por qué hacer tal o cual cosa, o de
la todavía más impertinente, por qué no hizo esto o aquello. El libro
de Cusset tiene dos intereses fundamentales. El primero es consecuencia
directa del objetivo del autor. En la investigación de la presencia,
influencia, perturbación y consecuencias de la filosofía
postestructuralista francesa en la filosofía académica americana el
autor nos deja un excelente análisis de la institución universitaria
americana que impresionaría a cualquier sociólogo que quisiera
investigar esta cuestión. Además nos describe la secuencia histórica del
desembarco francés en los Estados Unidos y su retorno al continente
europeo, como seguramente no se ha realizado nunca en ningún estudio de
historia de la filosofía. También nos ofrece un estudio profundo de los
distintos instantes relevantes de este proceso equiparable a cualquier
trabajo de filosofía de la cultura o de la ciencia que tomase como
monográfico estos momentos. E incluso para quien quiera aprender más de
las relaciones y de las ideas de todo este elenco de personajes
filósofos franceses y americanos este libro será una referencia
obligada.
Así
pues hay al menos cuatro libros en uno, lo que sin duda es una
extremada generosidad en los tiempos que corren, y aunque la lectura del
libro no es un acto ligero, desde las primeras páginas uno es capaz de
tener ordenadas estas diversas secuencias. O dicho de otra manera, que
haya cuatro libros en uno no resulta ni confuso ni entorpece la
comprensión ni añade dificultad a la lectura.
Esta
virtud se logra en el despliegue histórico, cronológico, del
desembarco francés en la universidad americana, pero también marcando
claramente en la secuencia del tiempo las reacciones y contrareacciones
que este desembarco tuvo en la academia estadounidense y cómo van
delimitándose en el tiempo las áreas de influencia y de oposición que
esta singular y vigorosa filosofía gala produjo en el singular humanismo
americano. Así, tras una presentación de la prehistoria de esta
contaminación singular, representada en la influencia del pensamiento
estructuralista en los años sesenta, se fecha con claridad "la invención
del pensamiento postestructuralista". El congreso realizado con el
título de "The language of Criticism and the Sciences of Man"
organizado en la Universidad Johns Hopkins en Octubre de 1966 representa
el pistoletazo de salida de todo un proceso que transformará los
departamentos de Literatura y de Humanidades de las principales
universidades americanas. En ese congreso intervendrá el siguiente
elenco: Barthes, Derrida, Lacan, René Girard, Jean Hyppolite, Lucien
Goldmann, Charles Morazé, Georges Poulet. Tzvetan Todorov y Jean-Pierre
Vernant. Faltarán Jakobson, Genette y Deleuze aunque envían sus textos.
A
partir de este momento la contracultura hippie, beat, contestataria,
pacifista de tradición marxista o al menos bajo la sombra del
movimiento por los derechos civiles de los sesenta se irá transformando
hacia una teoría sofisticada que se va encerando en los departamentos
de Literatura y desde allí la proyectarán en mayor o menor medida a la
sociedad americana y, naturalmente, la devolverán a Europa revestida de
un nuevo interés y de nuevas formas de acción, de contestación y de
crítica.
Porque
efectivamente la primera y quizá más profunda recepción de los
pensadores franceses se va a realizar en los departamentos de
Literatura. En ellos surge una nueva Theory. Una Theory que ya no tienen
que ver con la tradición pragmatista, ni con la theorie alemana que
llevara al nuevo continente la emigración alemana tras la subida del
nazismo al poder y representada fundamentalmente por los autores de la
Escuela de Frankfurt, ni con la theory que se generó alrededor de la
figura de Chomsky. Es una theory literaria, intransitiva, cuyo objeto de
estudio es ella misma y su producción. Un theory que inicialmente
abandera el cuarteto de Yale – Paul de Man, Harold Bloom, Geoffrey
Hartman y J. Hillis Miller- de la mano de la deconstrucción de Derrida.
Si es que no habría que incluir al propio Derrida entre los autores
americanos, al menos el Derrida de los setenta. Cusset enuncia el
misterio Derrida:
"Hay
un misterio Derrida. Más que por su obra, cuya opacidad sin embargo no
puede negarse, por su canonización, primero estadounidense y luego
mundial. Un pensamiento tan poco asignable, tan difícilmente
transmisible como el suyo, un pensamiento que no sabríamos situar,
salvo tal vez en algún punto entre la onto-teología negativa y la
exploración poético-filosófica de lo inefable, un pensamiento, en
definitiva, que se mantiene a distancia (y en todos los sentidos de la
expresión), ¿cómo ha podido convertirse en el producto más rentable que
haya existido jamás en el mercado de los discursos universitarios?
¿Cómo este oscuro trabajo de zapa se ha visto acaparado, compactado,
digerido y servido en dosis individuales en un campo literario como el
estadounidense al que desde entonces le han crecido las alas y, no
contento con embalar este exigente pensamiento en manuales de primer
ciclo, lo ha transformado en un programa de conquista epistemo-política
sin precedentes? ¿Cómo es posible que por cada francés que ha leído un
libro de Derrida, en el país de la filosofía en el liceo, diez
estadounidenses ya lo hayan recorrido, a pesar de la pobre formación
filosófica que les caracteriza? ¿Y cómo es posible, en definitiva, que
esa palabra «deconstrucción», que Derrida toma de El ser y el tiempo de
Heidegger (para traducir el término Destruktiori) con el fin de esbozar
una teoría general del discurso filosófico, haya pasado en tan gran
medida al lenguaje corriente en Estados Unidos como para encontrarla en
los eslóganes publicitarios, en los micrófonos de los periodistas de
televisión o en el título de una película de éxito de Woody Alien,
Deconstructing Harry (1997)?" (pág. 117)
Tras
la articulación de la deconstrucción derridiana en la crítica de altos
vuelos que realiza fundamentalmente de Man, pero también Bloom en una
primera etapa, salta a la escena teórica una lucha inédita. Ya sea
desde Derrida o ya sea desde Foucault, lo que ha quedado claro es que no
hay verdad, no hay objetividad. Sólo hay dispositivos de verdad,
transitorios, tácticos, políticos. Esta constatación se traduce en las
universidades americanas en que la objetividad sólo es "subjetividad del
varón blanco".
Así,
en un país donde la principal fuente de conflictos y de preocupación
tienen que ver con el mantenimiento de las heterogéneas identidades que
lo conforman, o en la demarcación y separación de las ya existentes,
de la mano de los resultados de la theory y frente al sector liberal
establecido en el pensamiento conservador, va a desarrollarse, una
serie de guerras culturales que luchan por la afirmación de todas las
identidades sometidas: mujeres, afroamericanos, chicanos
asia-americanos, nativos-americanos, homosexuales, modernos de la
cultura pop, raperos de todo cuño, cibernautas, freakes de lo más
diverso. Estas políticas identitarias van a servir de contenido y de
activismo a un nuevo campo de estudio que desplaza la crítica literaria
hacia los Estudios Culturales o como se abreviará en el país de las
siglas cult' studs'. De entre todos ellos, los estudios feministas o de
género van a traer a la escena a las intelectuales francesas, Julia
Kristeva, Sarah Kofman y Hélenè Cixous, y tras ellas ya nada puede verse
de la misma manera.
Para
este entonces, el sistema ha reaccionado y empieza a apropiarse
comercial y mercantilmente de la marca de los post's y ensancha el
mercado con todas esas identidades recién descubiertas.
En
los 80's, el poco contenido político, que todos los movimientos
identitarios tenían, se va a ir desvaneciendo, para terminar en un
persecución contra sus inspiradores de significativas consecuencias.
Este contraataque es también un proceso complejo en donde van a
participar muy diversos actores y por muy diversos motivos.
Lo
primero que va a marcar la década es la vuelta al poder de los
republicanos con Ronald Reagan en la presidencia. Pero dentro de la
Universidad se inician dos procesos. Por parte de algunos de los mismos
críticos que abrazaron el New Critics y por el movimiento conservador
blanco y occidental se empieza a temer que el proceso de reivindicación
de identidades diversas y la pérdida de criterios de evaluación que
caracteriza la primera expansión de la posmodernidad en determinadas
lecturas relativistas termine en una igualación o equiparación de los
productos y valores culturales. Surge una reivindicación de un canon
occidental en donde quede manifiesto que Sakespeare, Goethe o Dante no
pueden estar al mismo nivel que Confucio, los cuentos africanos, la
poesía India o el Corán. Por contra, las minorías señalan a los grandes
autores occidentales como responsables de la difusión en las sociedades
occidentales de los peores males: etnocentrismo, misoginia,
colonialismo. Incluso los inspiradores de todo este vaivén de ideas
terminan siendo señalados por sus preferencias. Al fin y al cabo Derrida
analiza sobre todo a Platón, Rousseau o Heidegger; Kristeva homenajea a
Mallarmé o Deleuze no oculta sus preferencias por Melville o Kafka.
El
segundo proceso que terminará también pervirtiéndose, como casi todo
en el capitalismo, tiene que ver con lo que saltará a la escena mundial
con el nombre de lo Políticamente Correcto. Lo Políticamente Correcto,
en la misma línea de la Theory despolitizada por falta de alternativas
o por la insistencia de que toda alternativa fracasará en el empeño de
la transformación, pretende depurar el lenguaje y las maneras de
relación de la carga discriminatoria y peyorativa que tienen los signos
que refieren a las relaciones humanas y de poder. En la Universidad
americana completamente desconectada de la sociedad y sin una
influencia precisa en ella, se limita la reivindicación al plano léxico
y simbólico. En muchos casos todo el movimiento termina pareciendo
ridículo, pero, sin embargo, va penetrando en los discursos oficiales,
en la gestión de compensaciones y en un ejercicio de paliar injusticias
históricas mediante los procesos de discriminación positiva. Es en la
ejecución de lo que parecen estas buenas ideas donde la guerra va a
trasladarse, de la mano de los periodistas fundamentalmente, al seno de
la sociedad y a explotar la contraofensiva ideológica que hará
tambalear el prestigio y la influencia francesa en los campus. Cuando
comienzan a aparecer las injusticias manifiestas en los ámbitos
laborales universitarios es cuando se va a ejecutar toda una estrategia
para desprestigiar y derrocar los centros ideológicos con influencia
francesa de las universidades. Los trapos sucios afloran en los medios
generalistas: Paul de Man y su pasado antisemita, la indecencia de las
fotografías de Robert Mappertholpe, el elitismo y la inmoralidad que
muestran los medios de comunicación pública, en fin, la influencia
barbara que adoctrina a los hijos de América que sólo leen a lesbianas
negras y escuchan rock satánico. Todos terminan siendo, desde la
contraofensiva conservadora y patriota que impera en la era Reagan de
los intelectuales neoconservadores alejados de las esferas del poder
académico, "enemigos de la Democracia". En gran medida todo este
planteamiento antiintelectual tenía el firme propósito de expulsar a los
"radicales" de las universidades y, sobre todo, justificar el
importante recorte en el gasto público hacia la Universidad. A la vez
había que difundir los valores de la América eterna y se inicia desde la
Administración todo un proceso de financiación de elites y de
justificación del liberalismo mercantilista que se quería imponer. En
este contraofensiva quizá el texto de mayores consecuencias haya sido
"El fin de la Historia" de Fukuyama y la obra y la influencia de Leo
Strauss.
Es
cierto que la victoria de esta contraofensiva conservadora no hubiera
sido tan fácil si la izquierda no hubiera despojado de contenido
político a su pensamiento. Es cierto que la acción política no es algo
que se sigue demasiado bien del pensamiento de Foucault o de Derrida o
de Deleuze o de Lyotrad. El proceso que siguió en Estados Unidos, y
diría que en todo el mundo occidental, a la irrupción del pensamiento
francés ha consistido en un abandono cada vez más manifiesto de la
acción política. La izquierda se ha segmentado en una diversidad de
izquierdas donde el enemigo se ha confundido y donde entrar a dividir
cualquier causa común ha sido lo más sencillo para una derecha que se
cobija en valores firmes y eternos y que se apoya en una gestión del
capital que le permite manejar las instituciones universitarias y
científicas. En la era de lo post, la izquierda se ha convertido en una
izquierda postpolítica donde cuenta más el reconocimiento casi
corporativo de cada grupo que la lucha social y más los signos de
afiliación que el combate político. Como dice Cusset, es difícil que "un
debate sobre el falogocentrismo de las ciencias o sobre el uso de la
mayúscula no podría constituirse en respuesta política al nuevo dogma
conservador" (pág.199).
Llegados
a este punto y para terminar la segunda parte del libro, Cusset, en un
ejercicio de estilo muy interesante, depone el análisis profundo de
los intereses políticos y de las complejas relaciones entre los
diversos agentes sociales, para mostrarnos desde otra perspectiva los
agentes internos del proceso académico: profesores y estudiantes; y las
consecuencias de la llegada del pensamiento postestructuralista en
áreas culturales como puede ser el arte y las prácticas artísticas y en
la cibercultura emergente a partir de los años noventa.
En
este cambio de registro Cusset selecciona a seis "estrellas del
campus" que a su juicio representan la mejor digestión del
postestructuralismo francés y a la vez la autoridad intelectual del
campus americano: Judith Butler, Gayatri Spivak, Stanley Fish, Edward
Said, Richard Rorty y Fredric Jameson. En unas pocas páginas para cada
uno de ellos y ellas nos ofrece un perfil de su pensamiento teórico
sumamente rentable para el lector. El cambio de perspectiva y de estilo
nos muestra una vez más lo elaborado del texto y la densidad de
análisis que despliega. Esta nueva mirada que ahora habría de calificar
como filosofía de la filosofía resulta bastante inédita, pero muy
productiva. Vemos a Cusset empleando los métodos y el tipo de análisis
que los filosofos de... emplean en los distintos campos de la
experiencia humana sobre la que dirigen sus miradas por encima de las
cosas, pero ahora al volcarlos sobre ellos mismos nos desvela esos
procesos por los que los textos se escriben, se difunden, se
descontextualizan y se sirven en las más variadas bandejas que van a
alimentar a los más variados comensales. Es esta filosofía de la
filosofía, de la que ya había dado muestras sumamente interesantes
cuando comenta el caso Sokal, en la introducción o cuando en apenas un
par de páginas (pongan atención a las páginas que van de la 97 a la 103)
desentraña los procesos de creación teórica, los mecanismos de la
traducción, el trabajo y consecuencia de la cita y la consecuente
invención de una teoría de la que en las siguientes páginas el propio
Cusset desentraña filosófica, sociológica, política y culturalmente, la
que mantiene coherente todos los registros de análisis que el autor
despliega.
Por
el mismo precio –que por cierto, para la cuidadosa edición que ha
hecho la joven editorial Melusina ya es una ganga- encontramos entonces
otro libro que, al menos para mi, ha resultado mucho más interesante,
esclarecedor y gratificante, que todos los demás que mencionábamos
anteriormente. Un libro que se teje entre líneas y que permite a esta
obra escapar del localismo y de la temporalidad de la que sospechaba
líneas arriba y que generaliza una metodología de análisis de la
difusión, influencia, perturbación y trascendencia del trabajo
intelectual de la que fácilmente se podría elaborar una teoría de corte
evolucionista de la difusión de ideas y del establecimiento de
creencias. Tengo la impresión de que esto no es un resultado casual y la
presencia de la palabra 'mutaciones' en el subtítulo de la obra es un
dato en este sentido. En el entramado del profuso y concienzudo trabajo
que el libro ha exigido, se deja entrever un método generalizable y
una mezcla de géneros e intenciones que resulta muy fructífera no sólo
para el tema que es el objeto de estudio del volumen, sino para
cualquier metateórico que desee desentrañar los misterios de los
procesos de creación, difusión, manipulación y olvido de las ideas.
Esos Memes que puso en la escena Dennett y que uno nunca puede prever
su destino. Este otro libro que se muestra queda tan encajado en los
que se dice que -continuando con el resumen- en el momento que concede
Cusset al análisis de cómo los estudiantes absorben la teoría de altos
vuelos en sus carreras, empezamos a comprender muchos de los fenómenos
singulares que ocurren en este mundo del tardocapitalismo.
Efectivamente un estudiante en el proceso de formación de los
mecanismos de la argumentación, de la reflexión y de la crítica de la
teoría, integra a ésta en los episodios vivenciales que cualquier joven
quiere destacar en una biografía que sabe que pronto se va a volver
monótona, impersonal y obligada a una supervivencia nada fácil en un
mundo de incesante competencia y de poca creatividad. Los estudiantes
van a hacer habitables las teorías que estudian del mejor modo que
puedan recordar después y por eso muchas de las experiencias y
actividades que realizan en los campus resultan a la par que creativas,
divertidas, epatantes o productivas, burdas lecturas,
descontextualizaciones inadmisibles o sencillamente incomprensiones
profundas.
Para
cualquier que haya caminado en la docencia universitaria, la lectura
de estas páginas (225-236) le permite comprender las barbaridades que
escucha a sus alumnos, y, lo que es mejor, el buen partido que sacan
algunos de ellos, que terminarán haciendo teoría en la academia, de la
imaginación vivencial que imponen a las lecturas de los grandes
teóricos.
Este
misma necesidad de integrar vivencialmente lo que se puede relacionar
de la teoría con las vidas particulares es la nota característica de la
influencia de la filosofía francesa en las prácticas artísticas y en
las comunidades de cibernautas. A partir de los años 50, el arte
experimenta, y fundamentalmente esto ocurre en América, una explosión
de prácticas diversificadas en donde teoría y práxis se van diluyendo
en un arte que contiene su propio discurso legitimador. Desde el
expresionismo abstracto hasta el arte de la instalación y el uso de las
nuevas tecnologías, en muy poco tiempo las tendencias se van
sucediendo a partir de reflexiones teóricas y estéticas en donde la
filosofía francesa se revela más valiosa que el pensamiento marxista o
romántico anterior. El arte minimal, el conceptual, el happening, el
arte pop incluso el Land Art van a tomar como biblia la obra de
Braudillard. Según afirma un galerista "en dos años todo el mundo había
leído Simulations"
En
esta relación entre artistas y pensadores se producirán interacciones
en ambos sentidos. Así algunos artistas como Mark Tansey van a colocar
en sus obras los personajes de Derrida o Paul de Man, Rainer Ganahl
crea un complejo cuadro con el índice de la obra de Deleuze,
Masoquismo. Un video de Diana Thater es calificado como la expresión
plástica de la Lógica del Sentido de Deleuze. Y por parte de la
reflexión francesa es más que bien conocido el interés estético de
Baudrillard, Foucault, Virilo, Lyotard y desde luego Deleuze.
En
el campo de la arquitectura la relación resultó ser casi inevitable.
Virilo cofunda el colectivo Architecture Principie en 1963, Baudrillard
dialoga con Beauborg o con Nouvel. En América tras la caída del
modernismo cristaliza un práctica teórica de la arquitectura que señala
como mentor teórico, además de los citados, fundamentalmente a
Derrida. Los representantes de este nuevo teorismo arquitectural son
Peter Eisenman, Bernard Tschumi. Antony Vidler y Mark Wigley, entre
otros.
Pero
no solamente encontramos huellas (el término derridiano parece aquí
conveniente) del pensamiento postestructuralista en el arte –digamos-
más culto o de más honda tradición, también en determinados DJ's
intelectualizados de la música Hip-Hop, en portales de Internet que se
amparan en la teoría rizomática deleuziana para exponer determinadas
políticas de organización, gestión y uso de la red, en hacker
activistas de los primeros años 90's, y en una presencia de los autores
franceses en sitios de todo tipo sin parangón con otras corrientes de
pensamiento u otros movimientos artísticos o culturales
intelectualizados.
La
tercera parte del libro la destina Cusset a evaluar, tras la
exposición realizada en las partes previas, la verdadera influencia y la
presencia aún de la teoría francesa en los Estados Unidos, en el resto
del mundo y en el retorno que estos autores han tenido en su Francia
natal. Tras las idas y venidas, los ataques y contraataques, la crítica y
la anticrítica, muchos autores estiman que todo este proceso no ha
sido más que una moda dentro del mercado de las ideas de la que hoy no
quedan sino formas –naturalmente- pasadas de moda, pero sin calado ni
profundidad. Contra esto, Cusset estima que, en la medida en que la
teoría ha tenido y sigue teniendo un proceso de lectura, de discusión,
de crítica incluso, no puede ser solamente un efecto pasajero de una
teoría que renovó los léxicos filosóficos, las estrategias de análisis y
las formas de acción. Incluso en su muerte anunciada se prueba que el
postestructuralismo francés ha sido una corriente profunda y novedosa
de la que la historia tendrá que ocuparse. "Pues la teoría francesa
encarna también, en la universidad y más allá, la esperanza de que el
discurso vuelva a dar vida a la vida, que dé acceso a una fuerza vital
intacta, aparentemente ignorada por la lógica mercantilista y el cinismo
del ambiente." (pág. 333). Para argumentar esta valoración, Cusset
particulariza la herencia que los pensadores franceses legan en el
pensamiento americano y en el del resto del mundo (Italia, Alemania,
Brasil, México, India, Japón, Las Antillas, Haití, Argentina)
catalogando todas las influencias significativas y reconocidas. Y a la
vez recogiendo las que influyeron en los pensadores franceses, es decir y
cómo no, las fuentes alemanas.
Finalmente,
por supuesto, evalúa la presencia contemporánea de estos pensadores en
la Francia contemporánea. Una Francia que se ha empeñado en borrar sus
huellas y en acallar sus pensamientos, sin –según Cusset- conseguirlo
del todo. Al fin y al cabo, aunque en esto Francia quizá sea quien
mejor se protege de influencias externas, mientras estos pensadores
sigan siendo centro de referencia en el mundo globalizado difícilmente
podrán silenciarse con un pensamiento reformista y conservador.
En
definitiva Frech Theory es un libro exhaustivo del que se aprenden
muchas cosas, aunque quizá ninguna fuera desconocida por completo, pero
sobre todo se aprende de él un modo de investigar y presentar los
resultados de esta investigación que sí resulta novedoso. Una filosofía
de la filosofía que emerge de una diversidad de estrictos análisis
históricos, sociológicos, políticos, artísticos y culturales. Una práxis
de la filosofía que ejemplifica muy bien los tiempos en los que
vivimos, de los que esta pléyade de pensadores franceses tienen su buena
parte de culpa y de acierto.
Independientemente
de todo esto, el libro proyecta una imagen de un pensamiento vivo que
se extiende central o marginalmente a una Universidad que, a pesar de
su desvinculación social y política tradicional, crea novedad. No de
todas estas instituciones puede decirse lo mismo. Y aunque uno tiene
presente en mayor o menor medida lo que ha pasado en España, por
ejemplo, en la recepción del pensamiento postestructuralista, al
terminar la lectura de esta obra de Cusset, uno desearía estar inmerso
en alguna de las guerras culturales que en este país ni existen ni
posiblemente lleguen a existir.
Adolfo Vásquez Rocca
Mauricio Salgado, François Cusset, French Theory, Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, 2007
Juan A. Fernández Leost, El legado post-estructuralista en el discurso político contemporáneo, 2006
April 6, 2008, 7:19 pm
French Theory in America
Stanley Fisch*
French Theory in America
Stanley Fisch*
It
was in sometime in the ’80s when I heard someone on the radio talking
about Clint Eastwood’s 1980 movie “Bronco Billy.” It is, he said, a
“nice little film in which Eastwood deconstructs his ‘Dirty Harry’
image.”
That
was probably not the first time the verb “deconstruct” was used
casually to describe a piece of pop culture, but it was the first time I
had encountered it, and I remember thinking that the age of theory was
surely over now that one of its key terms had been appropriated,
domesticated and commodified. It had also been used with some precision.
What the radio critic meant was that the flinty masculine realism of
the “Dirty Harry” movies — it’s a hard world and it takes a hard man to
deal with its evils — is affectionately parodied in the story of a
former New Jersey shoe salesman who dresses and talks like a tough
cowboy, but is the good-hearted proprietor of a traveling Wild West show
aimed at little children. It’s all an act, a confected fable, but so
is Dirty Harry; so is everything. If deconstruction was something that
an American male icon performed, there was no reason to fear it; truth,
reason and the American way were safe.
It
turned out, of course, that my conclusion was hasty and premature, for
it was in the early ’90s that the culture wars went into high gear and
the chief target of the neo-conservative side was this theory that I
thought had run its course. It became clear that it had a second life,
or a second run, as the villain of a cultural melodrama produced and
starred in by Allan Bloom, Dinesh D’Souza, Roger Kimball and other
denizens of the right, even as its influence was declining in the
academic precincts this crew relentlessly attacked.
It’s
a great story, full of twists and turns, and now it has been told in
extraordinary detail in a book to be published next month: “French
Theory: How Foucault, Derrida, Deleuze, & Co. Transformed the
Intellectual Life of the United States” (University of Minnesota
Press).
The
book’s author is Francois Cusset, who sets himself the tasks of
explaining, first, what all the fuss was about, second, why the specter
of French theory made strong men tremble, and third, why there was
never really anything to worry about.
Certainly
mainstream or centrist intellectuals thought there was a lot to worry
about. They agreed with Alan Sokal and Jean Bricmont, who complained
that the ideas coming out of France amounted to a “rejection of the
rationalist tradition of the Enlightenment” even to the point of
regarding “science as nothing more than a ‘narration’ or a ‘myth’ or a
social construction among many others.”
This
is not quite right; what was involved was less the rejection of the
rationalist tradition than an interrogation of its key components: an
independent, free-standing, knowing subject, the “I” facing an
independent, free-standing world. The problem was how to get the “I” and
the world together, how to bridge the gap that separated them ever
since the older picture of a universe everywhere filled with the
meanings God originates and guarantees had ceased to be compelling to
many.
The
solution to the problem in the rationalist tradition was to extend
man’s reasoning powers in order to produce finer and finer descriptions
of the natural world, descriptions whose precision could be enhanced
by technological innovations (telescopes, microscopes, atom smashers,
computers) that were themselves extensions of man’s rational
capacities. The vision was one of a steady progress with the final
result to be a complete and accurate — down to the last detail — account
of natural processes. Francis Bacon, often thought of as the
originator of the project , believed in the early 17th century that it
could be done in six generations.
It
was Bacon who saw early on that the danger to the project was located
in its middle term — the descriptions and experiments that were to be a
window on the reality they were trying to capture. The trouble, Bacon
explained, is that everything, even the framing of experiments, begins
with language, with words; and words have a fatal tendency to
substitute themselves for the facts they are supposed merely to report
or reflect. While men “believe that their reason governs words,” in fact
“words react on the understanding”; that is, they shape rather than
serve rationality. Even precise definitions, Bacon lamented, don’t help
because “the definitions themselves consist of words, and those words
beget others” and as the sequence of hypotheses and calculations extends
itself, the investigator is carried not closer to but ever further way
from the independent object he had set out to apprehend.
In
Bacon’s mind the danger of words going off on their own
unconstrained-by-the-world way was but one example of the deficiencies
we have inherited from the sin of Adam and Eve. In men’s love of their
own words (and therefore of themselves), he saw the effects “of that
venom which the serpent infused…and which makes the mind of man to
swell.” As an antidote he proposed his famous method of induction which
mandates very slow, small, experimental steps; no proposition is to be
accepted until it has survived the test of negative examples brought in
to invalidate it.
In
this way, Bacon hopes, the “entire work of the understanding” will be
“commenced afresh” and with better prospects of success because the
mind will be “not left to take its own course, but guided at every step,
and the business done as if by machinery.” The mind will be protected
from its own inclination to err and “swell,” and the tools the mind
inevitably employs, the tools of representation — words, propositions,
predications, measures, symbols (including the symbols of mathematics) —
will be reined in and made serviceable to and subservient to a prior
realm of unmediated fact.
To
this hope, French theory (and much thought that precedes it) says
“forget about it”; not because no methodological cautions could be
sufficient to the task, but because the distinctions that define the
task — the “I,” the world, and the forms of description or signification
that will be used to join them — are not independent of one another in
a way that would make the task conceivable, never mind doable.
Instead
(and this is the killer), both the “I” or the knower, and the world
that is to be known, are themselves not themselves, but the unstable
products of mediation, of the very discursive, linguistic forms that in
the rationalist tradition are regarded as merely secondary and
instrumental. The “I” or subject, rather than being the free-standing
originator and master of its own thoughts and perceptions, is a space
traversed and constituted — given a transitory, ever-shifting shape — by
ideas, vocabularies, schemes, models, distinctions that precede it,
fill it and give it (textual) being.
The
Cartesian trick of starting from the beginning and thinking things
down to the ground can’t be managed because the engine of thought,
consciousness itself, is inscribed (written) by discursive forms which
“it” (in quotation marks because consciousness absent inscription is
empty and therefore non-existent) did not originate and cannot step to
the side of no matter how minimalist it goes. In short (and this is the
kind of formulation that drives the enemies of French theory crazy),
what we think with thinks us.
It
also thinks the world. This is not say that the world apart from the
devices of human conception and perception doesn’t exist “out there”;
just that what we know of that world follows from what we can say about
it rather than from any unmediated encounter with it in and of itself.
This is what Thomas Kuhn meant in The Structure of Scientific
Revolutions when he said that after a paradigm shift — after one
scientific vocabulary, with its attendant experimental and evidentiary
apparatus, has replaced another — scientists are living in a different
world; which again is not to say (what it would be silly to say) that
the world has been altered by our descriptions of it; just that only
through our descriptive machineries do we have access to something
called the world.
This
may sound impossibly counterintuitive and annoyingly new-fangled, but
it is nothing more or less than what Thomas Hobbes said 300 years
before deconstruction was a thought in the mind of Derrida or
Heidegger: “True and false are attributes of speech, not of things.”
That is, judgments of truth or falsehood are made relative to the forms
of predication that have been established in public/institutional
discourse. When we pronounce a judgment — this is true or that is false —
the authorization for that judgment comes from those forms (Hobbes
calls them “settled significations”) and not from the world speaking for
itself. We know, Hobbes continues, not “absolutely” but
“conditionally”; our knowledge issues not from the “consequence of one
thing to another” but from the consequence of one name to another.
Three
centuries later, Richard Rorty made exactly the same point when he
declared, “where there are no sentences, there is no truth … the world
is out there, but descriptions of the world are not.” Descriptions of
the world are made by us, and we, in turn, are made by the categories
of description that are the content of our perception. These are not
categories we choose — were they not already installed there would be
nothing that could do the choosing; it would make more sense (but not
perfect sense ) to say that they have chosen or colonized us. Both the
“I” and the world it would know are functions of language. Or in
Derrida’s famous and often vilified words: There is nothing outside the
text. (More accurately, there is no outside-the-text.)
Obviously
the rationalist Enlightenment agenda does not survive this
deconstructive analysis intact, which doesn’t mean that it must be
discarded (the claim to be able to discard it from a position superior
to it merely replicates it) or that it doesn’t yield results (I am
writing on one of them); only that the progressive program it is thought
to underwrite and implement — the program of drawing closer and closer
to a truth independent of our discursive practices, a truth that, if
we are slow and patient in the Baconian manner, will reveal itself and
come out from behind the representational curtain — is not, according
to this way of thinking, realizable.
That’s
a loss, but it’s not a loss of anything in particular. It doesn’t take
anything away from us. We can still do all the things we have always
done; we can still say that some things are true and others false, and
believe it; we can still use words like better and worse and offer
justifications for doing so. All we lose (if we have been persuaded by
the deconstructive critique, that is) is a certain rationalist faith
that there will someday be a final word, a last description that takes
the accurate measure of everything. All that will have happened is that
one account of what we know and how we know it — one epistemology —
has been replaced by another, which means only that in the unlikely
event you are asked “What’s your epistemology?” you’ll give a different
answer than you would have given before. The world, and you, will go
on pretty much in the same old way.
This
is not the conclusion that would be reached either by French theory’s
detractors or by those American academics who embraced it. For both
what was important about French theory in America was its political
implications, and one of Cusset’s main contentions — and here I
completely agree with him — is that it doesn’t have any. When a
deconstructive analysis interrogates an apparent unity — a poem, a
manifesto, a sermon, a procedure, an agenda — and discovers, as it
always will, that its surface coherence is achieved by the suppression
of questions it must not ask if it is to maintain the fiction of its
self-identity, the result is not the discovery of an anomaly, of a
deviance from a norm that can be banished or corrected; for no structure
built by man (which means no structure) could be otherwise.
If
“presences” — perspicuous and freestanding entities — are made by
discursive forms that are inevitably angled and partial, the
announcement that any one of them rests on exclusions it (necessarily)
occludes cannot be the announcement of lack or error. No normative
conclusion — this is bad, this must be overthrown — can legitimately be
drawn from the fact that something is discovered to be socially
constructed; for by the logic of deconstructive thought everything is;
which doesn’t mean that a social construction cannot be criticized, only
that it cannot be criticized for being one.
Criticizing
something because it is socially constructed (and thus making the
political turn) is what Judith Butler and Joan Scott are in danger of
doing when they explain that deconstruction “is not strictly speaking a
position, but rather a critical interrogation of the exclusionary
operations by which ‘positions’ are established.” But those
“exclusionary operations” could be held culpable only if they were out
of the ordinary, if waiting around the next corner of analysis was a
position that was genuinely inclusive. Deconstruction tells us (we don’t
have to believe it) that there is no such position. Deconstruction’s
technique of always going deeper has no natural stopping place, leads to
no truth or falsehood that could then become the basis of a program of
reform. Only by arresting the questioning and freeze-framing what
Derrida called the endless play of signifiers can one make
deconstruction into a political engine, at which point it is no longer
deconstruction, but just another position awaiting deconstruction.
Cusset
drives the lesson home: “Deconstruction thus contains within itself…an
endless metatheoretical regression that can no longer be brought to a
stop by any practical decision or effective political engagement. In
order to use it as a basis for subversion…the American solution was..to
divert it…to split it off from itself.” American academics “forced
deconstruction against itself to produce a political ’supplement’ and
in so doing substituted for “Derrida’s patient philological
deconstruction” a “bellicose drama.”
That
drama features deconstruction either as a positive weapon or as an
object of attack, but the springs of the drama are elsewhere (in the
ordinary, not theoretical, world of economic/social interest) because
deconstruction neither mandates nor authorizes any course of action.
Participants in the drama invoke deconstruction as a justification for
reform or as the cause of evil; but the relationship between what is
either celebrated or deplored will be rhetorical, not logical. That is,
deconstruction cannot possibly be made either the generator of a
politics you like or the cause of a politics you abhor. It just can’t be
done without betraying it.
But,
Cusset observes, “Americans do not take kindly to things being
impossible,” and even though the “very logic of French theoretical texts
prohibits certain uses of them,” they have not refrained from “taking a
criticism of all methods of putting texts to work and trying to put
them to work.” The result is the story Cusset tells about the past 40
years. A bunch of people threatening all kinds of subversion by means
that couldn’t possibly produce it, and a bunch on the other side taking
them at their word and waging cultural war. Not comedy, not tragedy,
more like farce, but farce with consequences. Careers made and ruined,
departments torn apart, writing programs turned into sensitivity
seminars, political witch hunts, public opprobrium, ignorant media
attacks, the whole ball of wax. Read it and laugh or read it and weep. I
can hardly wait for the movie.
* Stanley Fish is the Davidson-Kahn Distinguished University Professor and a professor of law at Florida International University, in Miami, and dean emeritus of the College of Liberal Arts and Sciences at the University of Illinois at Chicago. He has also taught at the University of California at Berkeley, Johns Hopkins and Duke University. He is the author of 10 books. His new book on higher education, "Save the World On Your Own Time," will be published in 2008.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Doctor
en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso;
Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía
IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia
Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética
en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello
UNAB. Profesor de la Escuela de Periodismo, Profesor Adjunto Escuela de Psicología
y de la Facultad de Arquitectura UNAB Santiago. – En octubre de 2006 y
2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y Mundo' y la UNAM a dictar
un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro del Consejo Editorial
Internacional de la 'Fundación Ética Mundial' de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de 'Konvergencias', Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador–. Asesor Consultivo de Enfocarte –Revista de Arte y Literatura– Asturias, España. Miembro del Consejo Editorial Internacional de 'Reflexiones Marginales' –Revista de la Facultad de Filosofía y Letras UNAM– Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización,
Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el
Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008. Invitado especial a la
International Conference de la Trienal de Arquitectura de Lisboa | Lisbon Architecture Triennale 2011
PUBLICACIONES
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Doctor
en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso;
Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía
IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia
Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética
en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello
UNAB. – En octubre de 2006 y 2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y
Mundo' y la UNAM a dictar un Ciclo de Conferencias en México. –
Miembro del Consejo Editorial Internacional de la 'Fundación Ética Mundial'
de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de
'Konvergencias', Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina.
Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador– . Director de Revista Observaciones Filosóficas.
Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla. Director Académico Carrera de Filosofía y
Teología, Universidad Cristiana de Chile UCCH – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Universidad Católica de Valparaíso - Universidad Complutense de Madrid
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Adolfo Vásquez Rocca
PENSAMIENTO FRANCÉS CONTEMPORÁNEO – FILOSOFIA FRANCESA CONTEMPORÁNEA
FILOSOFIA FRANCESA POST-ESTRUCTURALISTA Por Adolfo Vásquez Rocca
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http://www.margencero.com/articulos/new03/metaforas_JeanLucNancy.htmlAdolfo Vásquez Rocca
ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA
Adolfo Vásquez Rocca
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Universidad Complutense de Madrid
Universidad Andrés Bello UNAB
E-mail: adolfovrocca@gmail.com
FILOSOFIA FRANCESA CONTEMPORANEA; POST-ESTRUCTURALISMO Y POSTPOLÍTICA Por Adolfo Vásquez Rocca
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